miércoles, 29 de marzo de 2017

EL DESENCANTO COFRADE

 
Tras guardar un respetuoso silencio en este tiempo cuaresmal del año 2017, decido romperlo este día. No por falta de ganas, no. Simplemente debido a que "mis asesores" me aconsejaron no colgar las entradas "Los Enteraos" y "Quo Vadis Junta de Cofradías Logroñesa" II Parte.
Tras reflexionar bastante y viendo que el resultado de estos escritos no era el esperado, decidí ceder el espacio de este pequeño e insignificante blogg a otras personas. Otros cofrades de otros sitios de España que, como el que escribe estas líneas,  vienen a defender otra manera de ver y vivir el hecho cofrade.  
Os dejo un escrito que un gran cofrade leonés presentó en el XIV Encuentro Nacional de Cofradías que se celebró en 2001 en la localidad berciana de Ponferrada. Dieciséis años después, sigue estando de actualidad. No lo digo yo, lo dice otra persona y lo que dice tengo el honor y el gusto de suscribirlo palabra por palabra.

 
EL DESENCANTO COFRADE
Una amenaza para el futuro de la Semana Santa española
CARLOS GARCÍA RIOJA
León
“Las ilusiones perdidas son verdades halladas”
(F. Multatuli)
“Las ilusiones perdidas son hojas desprendidas del árbol del corazón”
 (José de Espronceda)
I. EXPOSICIÓN DE MOTIVOS
 
 Me dispongo a aportar un nuevo trabajo a la consideración, al estudio y a la reflexión del que sin menoscabo del resto de hermanos que constituyen este variado y complejo colectivo, que es el cofrade- para mi supone el foro de mayor importancia dentro del panorama de las asociaciones penitenciales de nuestro país. Y lo hago, creedme, desnudo de dobles o falsas intenciones. Lo hago con la humildad y el respeto que os debo a todos y, por supuesto, también claramente influenciado por el amor que me une a la Semana Santa y a quien esta conmemoración recuerda y evoca: a El, cruz de guía en nuestro diario e incesante caminar por este mundo.
Reconozco la dificultad del tema que deseo abordar y, por ello, quiero dejar constancia antes de iniciarlo que tan sólo pretendo con estas observaciones siguientes provocar vuestra reflexión. No es mi intención polemizar o crear enfrentamientos. No. Simplemente pretendo arrojar un poco de luz a las raíces de un problema que resulta tan manifiesto y preocupante como poco tratado y discutido y que a mi -quizá pesimista- modo de ver, puede dar al traste no con la celebración de la Semana Santa (ya que eso es casi imposible) pero sí con su significado. Algo que, dicho sea de paso, perdemos por momentos y a pasos agigantados.
 Para este recorrido, me voy a servir -como no- de mis experiencias personales en este campo que, pese a mi evidente juventud, son ya abundantes. También haré lo propio con las de mis hermanos, algunos presentes en este Encuentro Nacional, sobre todo, para que sirva como prueba del reconocimiento que se les niega en sus localidades de origen. Vaya, desde estas líneas, mi cariñosa adhesión a ellos, recordándoles las palabras de Gustave Flauvert: “La forma más profunda de sentir una cosa es sufrir por ella”. Yo sé que vuestros numerosos sinsabores y vuestro desmedido amor por la Semana Santa algún día se verán recompensados. Estoy completamente convencido de que Dios se encargará de ello.
 
 
 
II. UNA “EPIDEMIA” EN EL CAMBIO DE SIGLO Y MILENIO
 
No hay duda de que ha sido una mera casualidad pero, lo que sí está claro, es que a finales del siglo XX los defectos más acusados de nuestra sociedad han terminado por contagiar el mundo de la Semana Santa. La búsqueda constante y a cualquier precio del poder, la deshumanización, la cultura materialista (valorar más el tener que el ser), la desmesurada preocupación por la apariencia, el egoísmo extremo, el arrinconamiento de las minorías, la manipulación partidista de la información... han terminado por instalarse en unas asociaciones como las cofradías cuyos fines son palmariamente opuestos a estas lacras. Cierto es que, gracias a Dios, muchas hermandades continúan siendo fieles a sus orígenes y a su significado pero, igual de incuestionable, es el aserto de que, si no ponemos pronto freno a esta escalada de “descristianización”, la Semana Santa y las cofradías quedarán reducidas a un mero espectáculo carente de sentido (algo que, con parte de razón, ya nos califican muchos).
 Ahora bien, ¿por qué se está produciendo esta oleada? ¿qué o quién tiene la culpa? De difícil solución son estas cuestiones. Yo, por mi parte, me atrevo a aventurar que es lógico que ocurra pues, si los anteriormente expuestos son males omnipresentes en nuestra sociedad actual y es de ese mismo grupo humano del que se nutren (como cualquier otra asociación) las corporaciones penitenciales, es hasta cierto punto comprensible que se produzca esta “transmisión” de defectos. Por otra parte (y ahí reside la principal causa de que haya sido en este cambio de siglo y milenio cuando ocurra) está el hecho indiscutible de que la Semana Santa se haya “puesto de moda”, con el riesgo que eso conlleva. Tras la crisis de los años setenta y ochenta (que llegó antes a unas poblaciones que a otras) las cofradías comenzaron a ser utilizadas como un todo cultural, una expresión estética de primera magnitud, un movimiento sociológico nuevo [1]. Fueron muchos los que se acercaron a las hermandades ignorando con intencionalidad o no, que su componente básico y fundamental es la religiosidad. De esta forma, se comenzó a dar una mayor importancia a la tradición, a la historia, al arte o al turismo... en detrimento de aquella. Los medios o consecuencias derivados de la Semana Santa, los vehículos de la propia evangelización, son ahora equivocadamente considerados auténticos fines para la creencia y la fe.
Así las cosas, nos encontramos -iniciado ya el tercer milenio- con muchas cofradías que han perdido el norte debido en gran medida a que, aquellos a los que nos referíamos en el párrafo anterior, hoy ocupan puestos de responsabilidad en ellas, con el consiguiente perjuicio para las mismas. Pero, por desgracia, también son demasiadas las hermandades que han nacido a la sombra de esta corriente que podríamos denominar de “agnosticismo cofrade”. Son corporaciones sin identidad propia, carentes de sentido y surgidas -en algunos casos- al amparo del obsesivo interés por detentar un cargo sea como sea o de la moda de “apuntarse a las cofradías”.
Llegado este punto, conviene hacer la salvedad de quienes han entrado a formar parte de las cofradías convencidos de lo que querían y podían ofrecer. Ese imprescindible segmento de hermanos cuyas motivaciones son sinceras y coherentes y que, aún con sus errores, lógicos como seres humanos que son, están salvando la situación (o, cuando menos, lo intentan) junto a aquellos que ya estaban  trabajando desde mucho tiempo atrás para que el rumbo de la hermandad y el significado de su existencia no se perdieran.
Pero ahora nos encontramos con un nuevo problema. Los advenedizos no se conforman con arrasar aquello que, con tanto esfuerzo, cultivaron y conservaron nuestros antepasados. Un porcentaje importante de ellos, desembarca en las congregaciones con el único propósito de destacar a toda costa. Y es que, si no, no se entienden ciertas posturas restrictivas y tantas actitudes despóticas que se dan, un día sí y otro también, en muchas -demasiadas- juntas de gobierno de las penitenciales. Surge, entonces, el desencanto cofrade de muchas voluntades de fe y de buena fe. Surge, también, el abandono de la disposición colaboradora de otros que, generalmente, eran en otro tiempo los encargados de conducir los designios de la corporación. La desilusión está, rápidamente, haciendo mella en la constancia (que no en la devoción, eso es algo muy diferente) de los buenos cofrades de este país. Porque todo y todos tenemos un límite.
 
 III. LAS DISTINTAS CARAS DEL DESENCANTO
 
No todos tienen las mismas consecuencias. Cada tipo de desencanto lleva aparejado un mayor o menor grado de perjuicio para la cofradía.
Los hay que, habiendo llegado a ella con la mejor de las intenciones, con la sensibilidad y el espíritu religioso por bandera, ven ahora desde dentro que la fachada de la hermandad se asemeja a la de una obra de teatro. Es todo apariencia. No existe contenido. Es caldo de cautivo para los protagonismos personales (atrás quedó el concepto de igualdad en el que sobraba cualquier personalismo), también para aquellos que hacen de la tradición un arma de doble filo (sólo interesa conservarla cuando conviene a unos pocos, a ese círculo de “elegidos” que bien se parece a un “sanedrín” [2] en el que no se admite la crítica, donde el hermano vive bajo una férrea dictadura que le impide participar y colaborar con total libertad) o incluso es campo en el que favorecer las relaciones con determinados poderes políticos [3] (olvidando que las cofradías poco o nada deben a las instituciones y que han de ser éstas las obligadas a preocuparse por las hermandades, como parte esencial que son del sentir popular y ellos, representantes directos del pueblo). No es, en cambio, fuente de prácticas tan cristianas como la caridad, la asistencia a sus hermanos y semejantes, la formación, la correcta catequización a través de las procesiones (en las que, vuelvo a insistir, muchas veces nos quedamos en la forma, relegando el fondo, perdiendo el sustento, [4] es decir, la identidad) y una lista de buenos propósitos que podríamos hacer inagotable.
Ante este desolador paisaje, las buenas intenciones se evaporan tarde o temprano. El cofrade, entonces, se desilusiona y abandona las listas de la hermandad o pasa a engrosar su ya de por sí abultado grupo pasivo o no practicante.
 ¿Es, pues, de extrañar que las cofradías vivan ahora un lento pero creciente proceso de decadencia cuando todo auguraba un nuevo siglo de oro para la Semana Santa, cuando casi todo era favorable tras el cambio a un estado aconfesional que podría haber menguado su expansión y difusión?
Seguramente que algunas voces discordantes se alzarán defendiendo esta situación. “Hay que terminar con la masificación” dirán. Pero ellos no son conscientes de que la Semana Santa y, por ende, las hermandades, son manifestaciones públicas de fe y, como en toda exteriorización, es mejor cuantos más participantes haya [5]. Además de que esa es una de las labores principales de las cofradías (integrar en su seno a todo aquel que lo solicite, con unas determinadas, pero mínimas, exigencias) es obvio que de la cantidad saldrá la calidad [6]. No se comprenden, entonces, posturas como las de los prelados andaluces (“quizá fuese más conveniente prestar una mayor atención a la calidad cristiana de los asociados a las hermandades que a la cantidad” [7]), pues entonces estaríamos cayendo en el error de elitizar las cofradías, si bien se debería supervisar la formación de los hermanos (estabilizada en el canon 329 del CIC) y, muy especialmente, la de quienes ostenten algún cargo directivo. De esto último, debería ser la propia Iglesia la que se ocupase, como parte de ella que somos y a cuya autoridad estamos subordinados.
Pero existe otra clase de desencanto cuyas derivaciones resultan más significativas para el futuro directo de la Semana Santa. Es el de quienes han estado siempre en el barco. Como parte de la tripulación o, simplemente, remando, pero presentes constantemente en el devenir histórico y garantes, de alguna forma y como nos referíamos antes, de que el rumbo nunca se perdiera. Hoy son “proscritos” de sus cofradías.
Los que han llegado, saben todo y no necesitan ningún tipo de consejo. Algunos, los menos, optan por el inmovilismo más absoluto: se organizan los mismos actos, las mismas procesiones... pero nada ni nadie evoluciona. Otros, la mayoría, se apuntan a la era de la renovación mal entendida: transforman el espíritu, la identidad o la estética de la cofradía adecuándolos “a los tiempos que corren” (a algunas, por ejemplo, ya sólo les falta darse de alta en el registro mercantil o en el de comparsas festivas de Carnaval). Para ambos, en fin, de nada sirven los buenos sentimientos e intenciones, de poco la historia y la tradición (eso sí -insisto- cuando ésta no es favorable a sus intereses) pero sí que importa permanecer en el cargo a toda costa, que todos acaten sus decisiones sin rechistar, que la cofradía continúe siendo su coto particular y privativo. Esto, mis queridos hermanos en Cristo, no es hacer hermandad. Esto no es seguir Su camino, Sus enseñanzas, Sus dictados. Perdón por la expresión pero “se la van a cargar”. Están terminando con esa Semana Santa con la que soñamos muchos. De los presentes en este Encuentro, creo que todos.
Hay, al fin, otro tipo de desencanto que procede directamente de cuanto en este apartado hemos expuesto: el pueblo se nos va. Es increíble que algo que nació para él, esté muriendo para él. Dejamos de importar. Nuestra misión de evangelizar y catequizar parece olvidada (siendo tan necesaria, además, en esta época de abrumadora carencia de valores en la que ese mismo pueblo se ha transformado en público y -más tarde- en masa, con su consiguiente pérdida de individualidad y conciencia propias [8]). Y lo más duro es pensar que, mientras menos interesemos, menos sentido tendremos y mayor indiferencia originaremos en nuestro entorno. Quizá, incluso, por desconocimiento, se pueda suscitar una mayor oposición hacia nuestro medio, tal y como ya ha sucedido en algunos lugares.
Estamos sumergidos en un círculo en donde la salida se me antoja, cada vez, más y más lejana, más y más inalcanzable. Pero sólo nosotros podemos poner remedio a esta situación.
 
 
Devoción o ....?
 
 
 IV. ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN Y CONCLUSIONES
 
No voy a rechazar que mis experiencias negativas en la Semana Santa leonesa han pesado decisivamente a la hora de redactar la presente comunicación. Pero tampoco nadie puede negar, con la mano en el corazón, que son muchas las cofradías que han tomado el camino equivocado. Las repercusiones pueden ser demoledoras para un Semana Santa impregnada de sentido y significado, de religiosidad y fe.
Varias circunstancias, como hemos ido apuntado, se han aliado para conducirnos hasta el punto en el que nos encontramos: una sociedad con demasiados defectos, un nutrido conjunto de personajes que pueblan las hermandades y que las dirigen con fines bastante oscuros, otro grupo -éste de cofrades muy válidos- que se ve arrinconado entre el desprecio y la ignorancia y, finalmente, un elevadísimo porcentaje de “hermanos de base” cuya única preocupación estriba en “salir de procesión” (para ellos, durante el resto del año, la cofradía no existe, su única vinculación se limita a un acto penitencial y a una cuota).
 Todos estos argumentos pesan -y mucho- hacia un lado de la balanza pero, ¿y al otro? ¿qué hay al otro? Hay, espiritualmente hablando, grandes cofradías y grandes cofrades, profundas creencias y magnificas y coherentes actuaciones, que han de servirnos como estrella y guía de nuestra particular “lucha” por una Semana Santa viva, con valor e identidad propios e inalterables. No es tarea fácil, pero no todo está perdido.
Porque, mientras para alguien continúe teniendo significado que “su” Cristo o “su” Virgen le dedique una mirada desde lo alto del paso, mientras la visita a la capilla o a la iglesia nos siga reconfortando, mientras el ser cofrade se traduzca en ser mejor cristiano y más indulgente con quienes nos rodean, mientras esto suceda, seguirá existiendo la Semana Santa. El esfuerzo y la dedicación se habrán visto recompensados. Habrá merecido la pena. Será entonces cuando nos abra sus puertas, de par en par y ya para siempre, esa cofradía celestial a la que todos estamos llamados a pertenecer. 
NOTAS
[1] Delgado-Roig Pazos, Joaquín. “El riesgo de estar de moda” “Silencio” nº 100 (diciembre de 2000) Hermandad del Silencio (Sevilla).
[2] Pepeprado, “El espíritu deportivo” “Frente a la Tribuna” nº 7 (junio de 1999) (Málaga).
 [3] Lafuente Meca, Santiago. “Cinco reflexiones para una definición de Semana Santa” Comunicación al X Encuentro Nacional de Cofradías Penitenciales (Jumilla, del 18 al 21 de septiembre de 1997).
 [4] Ramos Guerreira, Julio. “Semana Santa: tradición y evangelización” Conferencia final del Tercer Encuentro para el Estudio Cofradiero: en torno al Santo Sepulcro (Zamora, del 10 al 13 de noviembre de 1993).
[5] Criado Fernández, Javier. “Locuras” “Silencio” nº 100 (diciembre de 2000) Hermandad del Silencio (Sevilla).
 [6] Sánchez Domínguez, Paloma. “Menos gente” “Frente a la Tribuna” nº 25 (Pascua de 2001) (Málaga).
 [7] Obispos del Sur de España, “Las hermandades y cofradías” Carta Pastoral del 12 de octubre de 1988.
[8] Colón Perales, Carlos. “Amarguras y Esperanzas. La Semana Santa de la Dictadura a la Democracia” (pág. 624) “El poder de las Imágenes. Iconografía de la Semana Santa de Sevilla “ (Diario de Sevilla, 2000).
OTROS DOCUMENTOS CONSULTADOS
Sánchez Domínguez, Paloma. “El arribista cofrade”  “Frente a la Tribuna” nº 9 (agosto de 1999) (Málaga).
Colón Perales, Carlos. “El abrazo del hierro” “Diario de Sevilla”, Tribuna, 30 de octubre de 1999 (Sevilla)
 Castillo Baños, Alberto. “Llegaron las rebajas” “Frente a la Tribuna” nº 25 (Pascua de 2001) (Málaga).