Tras guardar un respetuoso silencio en este tiempo cuaresmal del
año 2017, decido romperlo este día. No por falta de ganas, no. Simplemente
debido a que "mis asesores" me aconsejaron no colgar las entradas "Los
Enteraos" y "Quo Vadis Junta de Cofradías Logroñesa" II Parte.
Tras reflexionar bastante y viendo que el resultado de estos escritos no era el esperado, decidí ceder el espacio de este pequeño
e insignificante blogg a otras personas. Otros cofrades de otros sitios de
España que, como el que escribe estas líneas, vienen a defender otra manera de ver y vivir el hecho cofrade.
Os dejo un escrito que un gran cofrade leonés presentó en el XIV
Encuentro Nacional de Cofradías que se celebró en 2001 en la localidad berciana
de Ponferrada. Dieciséis años después, sigue estando de actualidad. No lo digo
yo, lo dice otra persona y lo que dice tengo el honor y el gusto de suscribirlo palabra por palabra.
EL DESENCANTO COFRADE
Una amenaza para el futuro de la
Semana Santa española
CARLOS GARCÍA RIOJA
León
“Las ilusiones perdidas
son verdades halladas”
(F. Multatuli)
“Las ilusiones perdidas
son hojas desprendidas del árbol del corazón”
(José de Espronceda)
I. EXPOSICIÓN DE MOTIVOS
Me dispongo a aportar un nuevo trabajo a la
consideración, al estudio y a la reflexión del que sin menoscabo del resto de
hermanos que constituyen este variado y complejo colectivo, que es el cofrade-
para mi supone el foro de mayor importancia dentro del panorama de las
asociaciones penitenciales de nuestro país. Y lo hago, creedme, desnudo de
dobles o falsas intenciones. Lo hago con la humildad y el respeto que os debo a
todos y, por supuesto, también claramente influenciado por el amor que me une a
la Semana Santa y a quien esta conmemoración recuerda y evoca: a El, cruz de
guía en nuestro diario e incesante caminar por este mundo.
Reconozco la
dificultad del tema que deseo abordar y, por ello, quiero dejar constancia
antes de iniciarlo que tan sólo pretendo con estas observaciones siguientes
provocar vuestra reflexión. No es mi intención polemizar o crear
enfrentamientos. No. Simplemente pretendo arrojar un poco de luz a las raíces
de un problema que resulta tan manifiesto y preocupante como poco tratado y
discutido y que a mi -quizá pesimista- modo de ver, puede dar al traste no con
la celebración de la Semana Santa (ya que eso es casi imposible) pero sí con su
significado. Algo que, dicho sea de paso, perdemos por momentos y a pasos
agigantados.
Para este recorrido, me voy a servir -como no-
de mis experiencias personales en este campo que, pese a mi evidente juventud,
son ya abundantes. También haré lo propio con las de mis hermanos, algunos
presentes en este Encuentro Nacional, sobre todo, para que sirva como prueba
del reconocimiento que se les niega en sus localidades de origen. Vaya, desde
estas líneas, mi cariñosa adhesión a ellos, recordándoles las palabras de
Gustave Flauvert: “La forma más profunda de sentir una cosa es sufrir por
ella”. Yo sé que vuestros numerosos sinsabores y vuestro desmedido amor por la
Semana Santa algún día se verán recompensados. Estoy completamente convencido
de que Dios se encargará de ello.
II. UNA “EPIDEMIA” EN EL CAMBIO DE SIGLO Y
MILENIO
No hay duda de
que ha sido una mera casualidad pero, lo que sí está claro, es que a finales
del siglo XX los defectos más acusados de nuestra sociedad han terminado por
contagiar el mundo de la Semana Santa. La búsqueda constante y a cualquier
precio del poder, la deshumanización, la cultura materialista (valorar más el
tener que el ser), la desmesurada preocupación por la apariencia, el egoísmo
extremo, el arrinconamiento de las minorías, la manipulación partidista de la
información... han terminado por instalarse en unas asociaciones como las
cofradías cuyos fines son palmariamente opuestos a estas lacras. Cierto es que,
gracias a Dios, muchas hermandades continúan siendo fieles a sus orígenes y a
su significado pero, igual de incuestionable, es el aserto de que, si no
ponemos pronto freno a esta escalada de “descristianización”, la Semana Santa y
las cofradías quedarán reducidas a un mero espectáculo carente de sentido (algo
que, con parte de razón, ya nos califican muchos).
Ahora bien, ¿por qué se está produciendo esta
oleada? ¿qué o quién tiene la culpa? De difícil solución son estas cuestiones.
Yo, por mi parte, me atrevo a aventurar que es lógico que ocurra pues, si los
anteriormente expuestos son males omnipresentes en nuestra sociedad actual y es
de ese mismo grupo humano del que se nutren (como cualquier otra asociación)
las corporaciones penitenciales, es hasta cierto punto comprensible que se
produzca esta “transmisión” de defectos. Por otra parte (y ahí reside la
principal causa de que haya sido en este cambio de siglo y milenio cuando
ocurra) está el hecho indiscutible de que la Semana Santa se haya “puesto de
moda”, con el riesgo que eso conlleva. Tras la crisis de los años setenta y
ochenta (que llegó antes a unas poblaciones que a otras) las cofradías
comenzaron a ser utilizadas como un todo cultural, una expresión estética de
primera magnitud, un movimiento sociológico nuevo [1]. Fueron muchos los que se
acercaron a las hermandades ignorando con intencionalidad o no, que su
componente básico y fundamental es la religiosidad. De esta forma, se comenzó a
dar una mayor importancia a la tradición, a la historia, al arte o al
turismo... en detrimento de aquella. Los medios o consecuencias derivados de la
Semana Santa, los vehículos de la propia evangelización, son ahora
equivocadamente considerados auténticos fines para la creencia y la fe.
Así las cosas,
nos encontramos -iniciado ya el tercer milenio- con muchas cofradías que han
perdido el norte debido en gran medida a que, aquellos a los que nos referíamos
en el párrafo anterior, hoy ocupan puestos de responsabilidad en ellas, con el
consiguiente perjuicio para las mismas. Pero, por desgracia, también son demasiadas
las hermandades que han nacido a la sombra de esta corriente que podríamos
denominar de “agnosticismo cofrade”. Son corporaciones sin identidad propia,
carentes de sentido y surgidas -en algunos casos- al amparo del obsesivo
interés por detentar un cargo sea como sea o de la moda de “apuntarse a las
cofradías”.
Llegado este
punto, conviene hacer la salvedad de quienes han entrado a formar parte de las
cofradías convencidos de lo que querían y podían ofrecer. Ese imprescindible
segmento de hermanos cuyas motivaciones son sinceras y coherentes y que, aún
con sus errores, lógicos como seres humanos que son, están salvando la
situación (o, cuando menos, lo intentan) junto a aquellos que ya estaban trabajando desde mucho tiempo atrás para que
el rumbo de la hermandad y el significado de su existencia no se perdieran.
Pero ahora nos
encontramos con un nuevo problema. Los advenedizos no se conforman con arrasar
aquello que, con tanto esfuerzo, cultivaron y conservaron nuestros antepasados.
Un porcentaje importante de ellos, desembarca en las congregaciones con el
único propósito de destacar a toda costa. Y es que, si no, no se entienden
ciertas posturas restrictivas y tantas actitudes despóticas que se dan, un día
sí y otro también, en muchas -demasiadas- juntas de gobierno de las
penitenciales. Surge, entonces, el desencanto cofrade de muchas voluntades de
fe y de buena fe. Surge, también, el abandono de la disposición colaboradora de
otros que, generalmente, eran en otro tiempo los encargados de conducir los designios
de la corporación. La desilusión está, rápidamente, haciendo mella en la
constancia (que no en la devoción, eso es algo muy diferente) de los buenos
cofrades de este país. Porque todo y todos tenemos un límite.
III.
LAS DISTINTAS CARAS DEL DESENCANTO
No todos
tienen las mismas consecuencias. Cada tipo de desencanto lleva aparejado un
mayor o menor grado de perjuicio para la cofradía.
Los hay que, habiendo llegado a ella con la
mejor de las intenciones, con la sensibilidad y el espíritu religioso por
bandera, ven ahora desde dentro que la fachada de la hermandad se asemeja a la
de una obra de teatro. Es todo apariencia. No existe contenido. Es caldo de
cautivo para los protagonismos personales (atrás quedó el concepto de igualdad
en el que sobraba cualquier personalismo), también para aquellos que hacen de
la tradición un arma de doble filo (sólo interesa conservarla cuando conviene a
unos pocos, a ese círculo de “elegidos” que bien se parece a un “sanedrín” [2]
en el que no se admite la crítica, donde el hermano vive bajo una férrea
dictadura que le impide participar y colaborar con total libertad) o incluso es
campo en el que favorecer las relaciones con determinados poderes políticos [3]
(olvidando que las cofradías poco o nada deben a las instituciones y que han de
ser éstas las obligadas a preocuparse por las hermandades, como parte esencial
que son del sentir popular y ellos, representantes directos del pueblo). No es,
en cambio, fuente de prácticas tan cristianas como la caridad, la asistencia a sus
hermanos y semejantes, la formación, la correcta catequización a través de las
procesiones (en las que, vuelvo a insistir, muchas veces nos quedamos en la
forma, relegando el fondo, perdiendo el sustento, [4] es decir, la identidad) y
una lista de buenos propósitos que podríamos hacer inagotable.
Ante este
desolador paisaje, las buenas intenciones se evaporan tarde o temprano. El
cofrade, entonces, se desilusiona y abandona las listas de la hermandad o pasa
a engrosar su ya de por sí abultado grupo pasivo o no practicante.
¿Es, pues, de extrañar que las cofradías vivan
ahora un lento pero creciente proceso de decadencia cuando todo auguraba un
nuevo siglo de oro para la Semana Santa, cuando casi todo era favorable tras el
cambio a un estado aconfesional que podría haber menguado su expansión y
difusión?
Seguramente
que algunas voces discordantes se alzarán defendiendo esta situación. “Hay que
terminar con la masificación” dirán. Pero ellos no son conscientes de que la
Semana Santa y, por ende, las hermandades, son manifestaciones públicas de fe
y, como en toda exteriorización, es mejor cuantos más participantes haya [5].
Además de que esa es una de las labores principales de las cofradías (integrar
en su seno a todo aquel que lo solicite, con unas determinadas, pero mínimas,
exigencias) es obvio que de la cantidad saldrá la calidad [6]. No se
comprenden, entonces, posturas como las de los prelados andaluces (“quizá fuese
más conveniente prestar una mayor atención a la calidad cristiana de los
asociados a las hermandades que a la cantidad” [7]), pues entonces estaríamos
cayendo en el error de elitizar las cofradías, si bien se debería supervisar la
formación de los hermanos (estabilizada en el canon 329 del CIC) y, muy
especialmente, la de quienes ostenten algún cargo directivo. De esto último,
debería ser la propia Iglesia la que se ocupase, como parte de ella que somos y
a cuya autoridad estamos subordinados.
Pero existe
otra clase de desencanto cuyas derivaciones resultan más significativas para el
futuro directo de la Semana Santa. Es el de quienes han estado siempre en el
barco. Como parte de la tripulación o, simplemente, remando, pero presentes
constantemente en el devenir histórico y garantes, de alguna forma y como nos
referíamos antes, de que el rumbo nunca se perdiera. Hoy son “proscritos” de
sus cofradías.
Los que han
llegado, saben todo y no necesitan ningún tipo de consejo. Algunos, los menos,
optan por el inmovilismo más absoluto: se organizan los mismos actos, las
mismas procesiones... pero nada ni nadie evoluciona. Otros, la mayoría, se
apuntan a la era de la renovación mal entendida: transforman el espíritu, la
identidad o la estética de la cofradía adecuándolos “a los tiempos que corren”
(a algunas, por ejemplo, ya sólo les falta darse de alta en el registro
mercantil o en el de comparsas festivas de Carnaval). Para ambos, en fin, de
nada sirven los buenos sentimientos e intenciones, de poco la historia y la
tradición (eso sí -insisto- cuando ésta no es favorable a sus intereses) pero
sí que importa permanecer en el cargo a toda costa, que todos acaten sus
decisiones sin rechistar, que la cofradía continúe siendo su coto particular y
privativo. Esto, mis queridos hermanos en Cristo, no es hacer hermandad. Esto
no es seguir Su camino, Sus enseñanzas, Sus dictados. Perdón por la expresión
pero “se la van a cargar”. Están terminando con esa Semana Santa con la que
soñamos muchos. De los presentes en este Encuentro, creo que todos.
Hay, al fin,
otro tipo de desencanto que procede directamente de cuanto en este apartado
hemos expuesto: el pueblo se nos va. Es increíble que algo que nació para él,
esté muriendo para él. Dejamos de importar. Nuestra misión de evangelizar y
catequizar parece olvidada (siendo tan necesaria, además, en esta época de
abrumadora carencia de valores en la que ese mismo pueblo se ha transformado en
público y -más tarde- en masa, con su consiguiente pérdida de individualidad y
conciencia propias [8]). Y lo más duro es pensar que, mientras menos
interesemos, menos sentido tendremos y mayor indiferencia originaremos en
nuestro entorno. Quizá, incluso, por desconocimiento, se pueda suscitar una
mayor oposición hacia nuestro medio, tal y como ya ha sucedido en algunos
lugares.
Estamos sumergidos en un círculo en donde la
salida se me antoja, cada vez, más y más lejana, más y más inalcanzable. Pero
sólo nosotros podemos poner remedio a esta situación.
Devoción o ....?
IV.
ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN Y CONCLUSIONES
No voy a
rechazar que mis experiencias negativas en la Semana Santa leonesa han pesado
decisivamente a la hora de redactar la presente comunicación. Pero tampoco
nadie puede negar, con la mano en el corazón, que son muchas las cofradías que
han tomado el camino equivocado. Las repercusiones pueden ser demoledoras para
un Semana Santa impregnada de sentido y significado, de religiosidad y fe.
Varias
circunstancias, como hemos ido apuntado, se han aliado para conducirnos hasta
el punto en el que nos encontramos: una sociedad con demasiados defectos, un
nutrido conjunto de personajes que pueblan las hermandades y que las dirigen
con fines bastante oscuros, otro grupo -éste de cofrades muy válidos- que se ve
arrinconado entre el desprecio y la ignorancia y, finalmente, un elevadísimo
porcentaje de “hermanos de base” cuya única preocupación estriba en “salir de
procesión” (para ellos, durante el resto del año, la cofradía no existe, su
única vinculación se limita a un acto penitencial y a una cuota).
Todos estos argumentos pesan -y mucho- hacia
un lado de la balanza pero, ¿y al otro? ¿qué hay al otro? Hay, espiritualmente
hablando, grandes cofradías y grandes cofrades, profundas creencias y
magnificas y coherentes actuaciones, que han de servirnos como estrella y guía
de nuestra particular “lucha” por una Semana Santa viva, con valor e identidad
propios e inalterables. No es tarea fácil, pero no todo está perdido.
Porque,
mientras para alguien continúe teniendo significado que “su” Cristo o “su”
Virgen le dedique una mirada desde lo alto del paso, mientras la visita a la
capilla o a la iglesia nos siga reconfortando, mientras el ser cofrade se
traduzca en ser mejor cristiano y más indulgente con quienes nos rodean,
mientras esto suceda, seguirá existiendo la Semana Santa. El esfuerzo y la
dedicación se habrán visto recompensados. Habrá merecido la pena. Será entonces
cuando nos abra sus puertas, de par en par y ya para siempre, esa cofradía
celestial a la que todos estamos llamados a pertenecer.
NOTAS
[1] Delgado-Roig Pazos, Joaquín.
“El riesgo de estar de moda” “Silencio” nº 100 (diciembre de 2000) Hermandad
del Silencio (Sevilla).
[2] Pepeprado, “El espíritu
deportivo” “Frente a la Tribuna” nº 7 (junio de 1999) (Málaga).
[3] Lafuente Meca, Santiago. “Cinco
reflexiones para una definición de Semana Santa” Comunicación al X Encuentro
Nacional de Cofradías Penitenciales (Jumilla, del 18 al 21 de septiembre de
1997).
[4] Ramos Guerreira, Julio. “Semana Santa:
tradición y evangelización” Conferencia final del Tercer Encuentro para el
Estudio Cofradiero: en torno al Santo Sepulcro (Zamora, del 10 al 13 de noviembre
de 1993).
[5] Criado Fernández, Javier.
“Locuras” “Silencio” nº 100 (diciembre de 2000) Hermandad del Silencio
(Sevilla).
[6] Sánchez Domínguez, Paloma. “Menos gente”
“Frente a la Tribuna” nº 25 (Pascua de 2001) (Málaga).
[7] Obispos del Sur de España, “Las
hermandades y cofradías” Carta Pastoral del 12 de octubre de 1988.
[8] Colón Perales, Carlos.
“Amarguras y Esperanzas. La Semana Santa de la Dictadura a la Democracia” (pág.
624) “El poder de las Imágenes. Iconografía de la Semana Santa de Sevilla “
(Diario de Sevilla, 2000).
OTROS DOCUMENTOS CONSULTADOS
Sánchez Domínguez, Paloma. “El
arribista cofrade” “Frente a la Tribuna”
nº 9 (agosto de 1999) (Málaga).
Colón Perales, Carlos. “El abrazo
del hierro” “Diario de Sevilla”, Tribuna, 30 de octubre de 1999 (Sevilla)
Castillo Baños, Alberto. “Llegaron las
rebajas” “Frente a la Tribuna” nº 25 (Pascua de 2001) (Málaga).
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