Impresionante
foto de Roberto Zaldívar del año 2007 de uno de los momentos más emotivos de la Semana Santa logroñesa en la
calle. Vista cenital del Encuentro de Jesús, con la cruz a cuestas, con su madre en la calle de la Amargura, camino
del Calvario. Dicha foto se ha podido ver en la exposición organizada por la Cofradía de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de los Dolores con motivo de las bodas de oro de su paso titular.
Las figuras aparecen custodiadas, en primer lugar por sus
portadores; las dos bandas musicales a un lado y, se supone, los cofrades
acompañantes al otro. A su alrededor, el público, que no es otro, en este caso, que el pueblo
logroñés que, año tras año, sale a acompañar al Hijo y a la Madre en ese trance
tan dramático que creó la religiosidad popular y que se ha mantenido y aumentado la devoción a él con el paso de los años.
Mientras
los Evangelios solo mencionan el encuentro con las mujeres de Jerusalén, serán
los Evangelios apócrifos quienes añadan personajes a este caminar de Jesús con
la cruz a cuestas; hacen aparecer a Juan, el discípulo amado, acompañando a María en
todo momento. En el siglo XV, los Autos
de Misterio hacen aparecer el pasaje de la Verónica que, con un paño,
enjuaga el rostro de Cristo, quedando este impreso en él mismo. Un gran ejemplo
de esta advocación lo tenemos en la concatedral de Santo Domingo de La Calzada,
con una impresionante figura anónima en madera policromada, confeccionada en el
siglo XV.
Los
ya mencionados tres ríos que conforman una procesión, aparecen aquí claramente
definidos. La religiosidad popular alcanza quizá el momento culminante de la semana pasional, tanto en Logroño como
en todas las ciudades, pueblos, etc. donde se celebra este tipo de procesión.
(Valladolid, Calahorra, etc.) Presenciamos y somos testigos de un drama donde el dolor no es tanto personal como
compartido por todos aquellos que, directa o indirectamente, participan en este
momento.
Como
decía Martín Descalzo, “Se miran. Y en la mirada se abrazan sus almas. Y el dolor de los dos
disminuye al saberse acompañados. Y el dolor de los dos crece al saber que el
otro sufre. Y luego los dos se olvidan de sus dolores para unirse en la
aceptación. Es ahí – en la común entrega – donde se sienten verdadera y
definitivamente unidos. Lo que en realidad distingue a estos dos corazones de
todos cuantos han existido no es la plenitud de su dolor, sino la plenitud de
su entrega”.
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