domingo, 12 de mayo de 2019

2019. AÑO NAZARENO. El Encuentro.

Impresionante foto de Roberto Zaldívar del año 2007 de uno de los momentos más emotivos de la Semana Santa logroñesa en la calle. Vista cenital del Encuentro de Jesús, con la cruz a cuestas, con  su madre en la calle de la Amargura, camino del Calvario. Dicha foto se ha podido ver en la exposición organizada por la Cofradía de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de los Dolores con motivo de las bodas de oro de su paso titular.
Las figuras aparecen custodiadas, en primer lugar por sus portadores; las dos bandas musicales a un lado y, se supone, los cofrades acompañantes al otro. A su alrededor, el público, que no es otro, en este caso, que el pueblo logroñés que, año tras año, sale a acompañar al Hijo y a la Madre en ese trance tan dramático que creó la religiosidad popular y que se ha mantenido y aumentado la devoción a él con el paso de los años.
Mientras los Evangelios solo mencionan el encuentro con las mujeres de Jerusalén, serán los Evangelios apócrifos quienes añadan personajes a este caminar de Jesús con la cruz a cuestas; hacen aparecer a Juan, el discípulo amado, acompañando a María en todo momento. En el siglo XV, los Autos de Misterio hacen aparecer el pasaje de la Verónica que, con un paño, enjuaga el rostro de Cristo, quedando este impreso en él mismo. Un gran ejemplo de esta advocación lo tenemos en la concatedral de Santo Domingo de La Calzada, con una impresionante figura anónima en madera policromada, confeccionada en el siglo XV.
 
Los ya mencionados tres ríos que conforman una procesión, aparecen aquí claramente definidos. La religiosidad popular alcanza quizá el momento culminante de la semana pasional, tanto en Logroño como en todas las ciudades, pueblos, etc. donde se celebra este tipo de procesión. (Valladolid, Calahorra, etc.) Presenciamos y somos testigos de un drama donde el dolor no es tanto personal como compartido por todos aquellos que, directa o indirectamente, participan en este momento.
Como decía Martín Descalzo, Se miran. Y en la mirada se abrazan sus almas. Y el dolor de los dos disminuye al saberse acompañados. Y el dolor de los dos crece al saber que el otro sufre. Y luego los dos se olvidan de sus dolores para unirse en la aceptación. Es ahí – en la común entrega – donde se sienten verdadera y definitivamente unidos. Lo que en realidad distingue a estos dos corazones de todos cuantos han existido no es la plenitud de su dolor, sino la plenitud de su entrega”.

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