Dicen
los estudiosos, que la Semana Santa tiene dos espacios físicos de celebración.
Uno, es el templo, lugar celebrativo- litúrgico por excelencia donde se
desarrolla el Triduo Pascual. Se considera un lugar dominado y gestionado por
el clero. Ya se ha comentado el cambio en la dialéctica espacial del templo en
los días de la Semana Santa.
El
otro lugar de celebración de la Semana
Santa es la calle. Es “territorio cofrade”; lugar donde los cofrades
expresan y celebran con sus cinco sentidos la Pasión, Muerte y Resurrección de
Cristo. Es obvio, aunque muchas veces lo olvidemos, que en la Semana
Santa se celebra al mismo tiempo en todo el mundo. Lo que cambia de manera
sustancial, es el modo de celebrarlo en la calle, no así en el templo, donde la
liturgia es la misma en todo el mundo cristiano.
Y
es en la calle donde los pasos semansanteros alcanzan su máximo esplendor. Todo
ayuda a fijar su mirada en ellos. No es lo mismo la estación de penitencia
propia de tierras andaluzas, que la procesión, más propio del norte de España.
No es lo mismo la música que se compone especialmente para las imágenes
andaluzas, que el predominio de la música de tambor del Bajo Aragón y que se ha
exportado a otras partes, sobre todo las cercanas. No es lo mismo la seriedad y
la disciplina cartageneras en las calles que la expresión festiva que parece predominar en tierras andaluzas, donde, por poner un ejemplo, las imágenes de María, más que
Madre Dolorosa, es mostrada como una mujer joven que casi prefigura la
Resurrección. Por el contrario, las Dolorosas castellanas, ataviadas con los
trajes de las viudas castellanas de la época barroca, aumentan la sensación de
dolor y abandono al presenciar el tormento y la muerte del Hijo.
La
calle es el terreno donde el Nazareno logroñés sale al encuentro de todos aquellos que
quieren verlo o, simplemente, se encuentran con él. Es ahí donde la simbología
del paso, luz, color, flores, portadores, acompañantes, conforman el río morado
que, años tras año, Miércoles Santo tras Miércoles Santo y Viernes Santo tras
Viernes Santo, se encuentra con su ciudad, tendiéndole esa mano de carpintero,
ofreciéndose como fiel acompañante para todo aquel que quiera seguirle.
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