domingo, 5 de mayo de 2019

2019. AÑO NAZARENO. En la calle, con su gente



Dicen los estudiosos, que la Semana Santa tiene dos espacios físicos de celebración. Uno, es el templo, lugar celebrativo- litúrgico por excelencia donde se desarrolla el Triduo Pascual. Se considera un lugar dominado y gestionado por el clero. Ya se ha comentado el cambio en la dialéctica espacial del templo en los días de la Semana Santa.
El otro lugar de celebración  de la Semana Santa es la calle. Es “territorio cofrade”; lugar donde los cofrades expresan y celebran con sus cinco sentidos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Es obvio, aunque muchas veces lo olvidemos, que en la Semana Santa se celebra al mismo tiempo en todo el mundo. Lo que cambia de manera sustancial, es el modo de celebrarlo en la calle, no así en el templo, donde la liturgia es la misma en todo el mundo cristiano.
Y es en la calle donde los pasos semansanteros alcanzan su máximo esplendor. Todo ayuda a fijar su mirada en ellos. No es lo mismo la estación de penitencia propia de tierras andaluzas, que la procesión, más propio del norte de España. No es lo mismo la música que se compone especialmente para las imágenes andaluzas, que el predominio de la música de tambor del Bajo Aragón y que se ha exportado a otras partes, sobre todo las cercanas. No es lo mismo la seriedad y la disciplina cartageneras en las calles que la expresión festiva que parece predominar en tierras andaluzas, donde, por poner un ejemplo, las imágenes de María, más que Madre Dolorosa, es mostrada como una mujer joven que casi prefigura la Resurrección. Por el contrario, las Dolorosas castellanas, ataviadas con los trajes de las viudas castellanas de la época barroca, aumentan la sensación de dolor y abandono al presenciar el tormento y la muerte del Hijo.
La calle es el terreno donde el Nazareno logroñés sale al encuentro de todos aquellos que quieren verlo o, simplemente, se encuentran con él. Es ahí donde la simbología del paso, luz, color, flores, portadores, acompañantes, conforman el río morado que, años tras año, Miércoles Santo tras Miércoles Santo y Viernes Santo tras Viernes Santo, se encuentra con su ciudad, tendiéndole esa mano de carpintero, ofreciéndose como fiel acompañante para todo aquel que quiera seguirle.


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