miércoles, 2 de marzo de 2022

MIÉRCOLES DE CENIZA, CAMINO HACIA LA PASCUA.

 

Paso de Jesús Nazareno. 
Viernes Santo 1972. Logroño

Comenzamos un nuevo tiempo de Cuaresma; hoy, el rito de la ceniza, con su carácter unificador y de recuerdo de la finitud de la vida, marca el inicio, casi podemos decir, de la ya próxima Semana Santa. Traigo un texto aparecido en la prensa logroñesa el 26 de marzo de 1972. El título lo dice todo. ¿Procesiones o…? Un buen texto para la reflexión dentro del mundo cofrade. Siempre, en la lucha larvada templo- calle, pareciera que pierde siempre la calle, la cofradía, el cofrade. Que se ve rechazado desde el templo, donde a la liturgia se le da toda la preponderancia; reducen el ser y sentir del cofrade en la calle a comparsa, cuando no a mero hecho que, los vencedores de este tema, la iglesia institucional, padece año tras año como un mal menor, cuando no se observan intentos de sepultarlo o, llevado a determinados extremos, hacerlo desaparecer.

En esos momento, me viene a la memoria las palabras que el antiguo arzobispo de Milán, Carlo María Martini, a la hora de analizar el Evangelio de Marcos; habla de un tema que parece estar un poco dejado de lado y algunos parecen no querer ni ver, recordar, ni siquiera enterarse de los que dijo aquel Apóstol del primer cofrade de la historia. El fracaso de Jesús. “Jesús no va de triunfo en triunfo, sino que más bien, tras la primera gran oleada de entusiasmo…, ese entusiasmo va disminuyendo”. “Jesús se esfuerza en hacer comprender su mensaje; la gente se sintió atraída al comienzo por los signos estrepitosos, pero después, cuando se trata de ir al grano, son muchos los que se echan atrás… Asistimos, pues, a partir del final del capítulo 3 de Marcos, a un declinar del prestigio personal de Jesús… Siente que su vida va encaminada a acabar en un fracaso, que es objeto de negación y rechazo”. (1)

El autor del artículo es Emilio Velasco, sj. Persona curiosa a la que tuve el placer de conocer en mi época adolescente. Profesor del Centro Sagrado Corazón de Logroño, “los jesuitas”, impartía la asignatura de Comercio en el extinto B.U.P. Los alumnos, con esa gracia que siempre ha caracterizado a ese gremio, lo apodamos como “el Funky”. ¿Razones? Nadie lo sabía, pero era “el Funky”. Los años ponen las cosas en su sitio y, cuando estudiaba quinto de carrera en Zaragoza y Julián Casanova nos hablaba de los principales teóricos del anarquismo decimonónico europeo, descubrí que ya los conocía, prácticamente a todos y que aquellos apuntes de 2º de B.U.P., valían en el último año de carrera. Un adelantado a su tiempo, nuestro “Funky”. No conviene olvidar que se definía allá a finales de los setenta del pasado siglo XX como “marxista, con capital en Roma”. Casi ná, que dicen los castizos.

¿PROCESIONES O…?

Iba a poner floklore. No me he atrevido. Pero, quizás sea una realidad. Corremos un peligro. El de espectacularizar a Cristo, como aquella primera procesión del primer Viernes Santo de Jerusalén. Imágenes, música, tipismo tradicional. Mirones en las aceras y balcones... Y, no olvidaremos lo verdaderamente auténtico? El espíritu.

Corremos el peligro enorme de quedarnos en la corteza, en la superficie y olvidar el meollo, la profundidad. ¿Tiramos la nuez y nos quedamos con la cáscara?

Ahora, cuando comenzamos la Semana Mayor, la Semana Santa. Una reflexión. Conmemoramos los misterios grandes del Señor. Pasión y Resurrección. En el ambiente hay más recogimiento, más seriedad, más oración. Pero esa maravillosa realidad ¿llega a calar? ¿Nos encontramos más cerca de Cristo, del Misterio  Pascual? ¿Profundizamos?.

Todo esto requiere sosiego, paz, calma,… Pero ¿cómo hemos enfocado esa vivencia? ¿Turismo? ¿Vacaciones? ¿Cultura? … O ¿recogimiento, meditación?

¿Los interrogantes ahí quedan? ¿Las soluciones son personales? ¿Pueden solucionarse en unidad? Al menos, como mal menor, deberían ser unitarios con predominio de lo espiritual y de lo religioso.

Por eso quiero plantear el problema de nuestras procesiones. Soslayamos ese hecho brutal de que la Semana Santa se haya convertido para muchos en unas fiesta profanas más.

Procesiones, sí, pero como tienen que ser. Una manifestación externa de la piedad de un pueblo. Sin visos de folklore ni de propaganda turística. Los carteles propagandísticos de tantas y tantas procesiones deberían desaparecer. 

Corremos el peligro de hacer de nuestras Semanas Santas, semanas de veraneo primaveral, semanas de viajes de estudio- perdón, de recreo-, semanas de viajes comercializados y de entradas de divisas a costa de Cristo y de la religión. Todo esto me recuerda que aquella primera mañana de Viernes Santo, en Jerusalén, se hicieron amigos Pilatos y Herodes. ¿Recordáis? Claro, a costa de Cristo.

Hemos de procurar que el valor religioso no pase a segundo plano. Semana Santa con sus procesiones, con sus pasos, con su ambientación… debe ser Cristocéntrica y no una evasión de placer, aunque sea artístico, descanso y recreo.

Nuestras procesiones tienen que cobrar un estilo auténtico. Estilo de piedad. Nada de simples espectáculos, de ñoñeces, de tradicionalismos hueros, de lucir, de aparentar. No se trata de vestirse con uniformes más o menos vistosos, de luces de antorchas más o menos luminosos.

El problema es de hondura. Hay que revestirse de auténtica emoción religiosa, de reciedumbe, de naturalidad, de misterio pascual. Y, más que aparentar, realizar y ser.

No están reñidas ambas cosas. Ponemos el acento en el peligro. Así podemos evitarle. Ganaríamos mucho.

Nuestros Cristos crucificados o yacentes, nuestras Dolorosas, nuestras escenas de aquellos momentos trágicos y sublimes de la primera Semana Santa deben hacernos revivir la religiosidad de nuestra redención. De lo contrario, apenas tienen razón de ser. Nos quedaremos en lo estético, cultural, folklórico… No llegaremos a lo modular: Cristo será un hazmerreir más, una evasión, una diversión, un espectáculo. Como lo fue entonces.

Nuestras procesiones deben desaparecer si se convierten en un espectáculo más. Deben subsistir y realzarse si nos hacen participar en el misterio redentor de Cristo, si nos ayudan a reconstruir los sucesos desarrollados en los últimos momentos de la vida del Señor Jesús.

Menos turismo. Más información religiosa. Más profundización. Menos velocidad de gasolina.

No lo olvidemos. Nuestras procesiones de Semana Santa están dominadas por la Cruz. No pueden convertirse en viajes de placer, de mirar continuamente hacia afuera. Son para profundizar en la vivencia del misterio más cristiano, el Pascual.

La Cruz debe ser saludada con respeto en nuestras calles y plazas, desde la calzada, las aceras o los balcones. Eso exige nuestra fe.

La primera procesión fue un VIA CRUCIS. ¿Las de hoy? Ciertamente corren peligro de ser un vía crucis de pasatiempo, de charla… por no decir frases más duras: de ignominia y de risa.

No. Nuestras procesiones deben volver a ser lo que fueron. Nuestros pasos son la expresión de la religiosidad de un pueblo. Eso deben ser nuestras procesiones. Debemos vivirlas con hondura religiosa, contemplarlas con evocación piadosa, participar en ellas con autenticidad.

¿Procesiones? ¿Folklore? ¿Turismo? ¿Comercialización? ¿Divisas? … Procesiones, expresión de la devoción y piedad profunda de un pueblo que cree, ora y se arrodilla.

Paso de la Soledad. 
Viernes Santo 1972, Logroño

(1)Carlo María Martini, sj El itinerario espiritual de los Doce. Ejercicios ignacianos a la luz del Evangelio de Marcos!”. Editorial Mensajero, Bilbao, 2021, pág. 66-67

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