Comenzamos un nuevo tiempo de Cuaresma; hoy, el rito de la ceniza, con su carácter unificador y de recuerdo de la finitud de la vida, marca el inicio, casi podemos decir, de la ya próxima Semana Santa. Traigo un texto aparecido en la prensa logroñesa el 26 de marzo de 1972. El título lo dice todo. ¿Procesiones o…? Un buen texto para la reflexión dentro del mundo cofrade. Siempre, en la lucha larvada templo- calle, pareciera que pierde siempre la calle, la cofradía, el cofrade. Que se ve rechazado desde el templo, donde a la liturgia se le da toda la preponderancia; reducen el ser y sentir del cofrade en la calle a comparsa, cuando no a mero hecho que, los vencedores de este tema, la iglesia institucional, padece año tras año como un mal menor, cuando no se observan intentos de sepultarlo o, llevado a determinados extremos, hacerlo desaparecer.
En esos momento, me viene a la memoria las palabras que el
antiguo arzobispo de Milán, Carlo María Martini, a la hora de analizar el
Evangelio de Marcos; habla de un tema que parece estar un poco dejado de lado y
algunos parecen no querer ni ver, recordar, ni siquiera enterarse de los que
dijo aquel Apóstol del primer cofrade de la historia. El fracaso de Jesús.
“Jesús no va de triunfo en triunfo, sino que más bien, tras la primera gran
oleada de entusiasmo…, ese entusiasmo va disminuyendo”. “Jesús se esfuerza en
hacer comprender su mensaje; la gente se sintió atraída al comienzo por los
signos estrepitosos, pero después, cuando se trata de ir al grano, son muchos
los que se echan atrás… Asistimos, pues, a partir del final del capítulo 3 de
Marcos, a un declinar del prestigio personal de Jesús… Siente que su vida va
encaminada a acabar en un fracaso, que es objeto de negación y rechazo”. (1)
El autor del artículo es Emilio Velasco, sj. Persona curiosa
a la que tuve el placer de conocer en mi época adolescente. Profesor del Centro
Sagrado Corazón de Logroño, “los jesuitas”, impartía la asignatura de Comercio
en el extinto B.U.P. Los alumnos, con esa gracia que siempre ha caracterizado a
ese gremio, lo apodamos como “el Funky”. ¿Razones? Nadie lo sabía, pero era “el
Funky”. Los años ponen las cosas en su sitio y, cuando estudiaba quinto de
carrera en Zaragoza y Julián Casanova nos hablaba de los principales teóricos
del anarquismo decimonónico europeo, descubrí que ya los conocía, prácticamente
a todos y que aquellos apuntes de 2º de B.U.P., valían en el último año de
carrera. Un adelantado a su tiempo, nuestro “Funky”. No conviene olvidar que se
definía allá a finales de los setenta del pasado siglo XX como “marxista, con
capital en Roma”. Casi ná, que dicen los castizos.
¿PROCESIONES O…?
Iba a poner floklore. No me he atrevido. Pero, quizás sea una
realidad. Corremos un peligro. El de espectacularizar a Cristo, como aquella primera
procesión del primer Viernes Santo de Jerusalén. Imágenes, música, tipismo
tradicional. Mirones en las aceras y balcones... Y, no olvidaremos lo
verdaderamente auténtico? El espíritu.
Corremos el peligro enorme de quedarnos en la corteza, en la
superficie y olvidar el meollo, la profundidad. ¿Tiramos la nuez y nos quedamos
con la cáscara?
Ahora, cuando comenzamos la Semana Mayor, la Semana Santa.
Una reflexión. Conmemoramos los misterios grandes del Señor. Pasión y
Resurrección. En el ambiente hay más recogimiento, más seriedad, más oración.
Pero esa maravillosa realidad ¿llega a calar? ¿Nos encontramos más cerca de
Cristo, del Misterio Pascual?
¿Profundizamos?.
Todo esto requiere sosiego, paz, calma,… Pero ¿cómo hemos
enfocado esa vivencia? ¿Turismo? ¿Vacaciones? ¿Cultura? … O ¿recogimiento,
meditación?
¿Los interrogantes ahí quedan? ¿Las soluciones son
personales? ¿Pueden solucionarse en unidad? Al menos, como mal menor, deberían
ser unitarios con predominio de lo espiritual y de lo religioso.
Por eso quiero plantear el problema de nuestras procesiones.
Soslayamos ese hecho brutal de que la Semana Santa se haya convertido para
muchos en unas fiesta profanas más.
Procesiones, sí, pero como tienen que ser. Una manifestación
externa de la piedad de un pueblo. Sin visos de folklore ni de propaganda
turística. Los
carteles propagandísticos de tantas y tantas procesiones deberían desaparecer.
Corremos el peligro de hacer de nuestras Semanas Santas,
semanas de veraneo primaveral, semanas de viajes de estudio- perdón, de
recreo-, semanas de viajes comercializados y de entradas de divisas a costa de
Cristo y de la religión. Todo esto me recuerda que aquella primera mañana de
Viernes Santo, en Jerusalén, se hicieron amigos Pilatos y Herodes. ¿Recordáis? Claro,
a costa de Cristo.
Hemos de procurar que el valor religioso no pase a segundo
plano. Semana
Santa con sus procesiones, con sus pasos, con su ambientación… debe ser
Cristocéntrica y no una evasión de placer, aunque sea artístico, descanso y
recreo.
Nuestras procesiones tienen que cobrar un estilo auténtico.
Estilo de piedad. Nada de simples espectáculos, de ñoñeces, de tradicionalismos
hueros, de lucir, de aparentar. No se trata de vestirse con uniformes más o
menos vistosos, de luces de antorchas más o menos luminosos.
El problema es de hondura. Hay que revestirse de auténtica
emoción religiosa, de reciedumbe, de naturalidad, de misterio pascual. Y, más
que aparentar, realizar y ser.
No están reñidas ambas cosas. Ponemos el acento en el
peligro. Así podemos evitarle. Ganaríamos mucho.
Nuestros Cristos crucificados o yacentes, nuestras Dolorosas,
nuestras escenas de aquellos momentos trágicos y sublimes de la primera Semana
Santa deben hacernos revivir la religiosidad de nuestra redención. De lo contrario,
apenas tienen razón de ser. Nos quedaremos en lo estético, cultural,
folklórico… No llegaremos a lo modular: Cristo será un hazmerreir más, una
evasión, una diversión, un espectáculo. Como lo fue entonces.
Nuestras procesiones deben desaparecer si se convierten en un
espectáculo más. Deben subsistir y realzarse si nos hacen participar en el
misterio redentor de Cristo, si nos ayudan a reconstruir los sucesos
desarrollados en los últimos momentos de la vida del Señor Jesús.
Menos turismo. Más información religiosa. Más profundización.
Menos velocidad de gasolina.
No lo olvidemos. Nuestras procesiones de Semana Santa están
dominadas por la Cruz. No pueden convertirse en viajes de placer, de mirar
continuamente hacia afuera. Son para profundizar en la vivencia del misterio
más cristiano, el Pascual.
La Cruz debe ser saludada con respeto en nuestras calles y
plazas, desde la calzada, las aceras o los balcones. Eso exige nuestra fe.
La primera procesión fue un VIA CRUCIS. ¿Las de hoy?
Ciertamente corren peligro de ser un vía crucis de pasatiempo, de charla… por
no decir frases más duras: de ignominia y de risa.
No. Nuestras procesiones deben volver a ser lo que fueron.
Nuestros pasos son la expresión de la religiosidad de un pueblo. Eso deben ser
nuestras procesiones. Debemos vivirlas con hondura religiosa, contemplarlas con
evocación piadosa, participar en ellas con autenticidad.
¿Procesiones? ¿Folklore? ¿Turismo? ¿Comercialización?
¿Divisas? … Procesiones, expresión de la devoción y piedad profunda de un
pueblo que cree, ora y se arrodilla.
(1)Carlo María Martini, sj El itinerario espiritual de los Doce. Ejercicios ignacianos a la luz
del Evangelio de Marcos!”. Editorial Mensajero, Bilbao, 2021, pág. 66-67
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