La
cofradía de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de los Dolores, desde que se tiene
información, siempre procesionó con túnica morada ceñida a la cintura por
cíngulo de cuerda y capuz de verduguillo para la cabeza. Al crearse la
Hermandad de la Pasión y el Santo Entierro en
1940, la cofradía se integra en ella y asume su hábito; éste, ejemplo de
la uniformidad del nacionalcatolicismo vencedor de la contienda civil, se copia
de la sevillana hermandad de los Gitanos. Un ejemplo de la copia es la altura del capuz, bastante más que lo que se llevaba por tierras norteñas. El hábito consta de túnica blanca, cíngulo de cáñamo,
y capuz muy alto, como ya se ha reseñado, de color morado. Escudo de la asociación en el centro del peto del capuz y
lado izquierdo del hábito. En el escudo del capuz el número que cada cofrade
tenía en la Hermandad por riguroso orden de antigüedad. La cruz del Santo
Sepulcro, escudo de la pía asociación, también fue tomado de otra asociación; en este caso de las Damas de la Soledad de la vecina ciudad navarra de
Pamplona.
Tal
día como hoy, pero del año 1969, se presenta en asamblea general el nuevo
hábito de la cofradía que, como el paso y las andas, había diseñado el artista
local Alejandro Narvaiza Rubio. Se mostraron a los cofrades tres telas de diferentes
colores: pardo, verde oscuro y granate oscuro. Finalmente la
cofradía, no sin discusión, se decantó por el color marrón- pardo, capuz de verduguillo blanco, conocido por
los cofrades como “la servilleta”, guantes
blancos y escudo de la Hermandad de la Pasión y el Santo Entierro en el lado
izquierdo del pecho. Por cierto, color que era el deseado por el imaginero.
Con
esta nueva túnica y capuz, unido a la nueva figura, que podemos considerar como el primer paso post-conciliar del norte de España, se rompe y se acaba en Logroño con la uniformidad que trajo al mundo
pasional el nacionalcatolicismo de postguerra. El color marrón, unión hombre-
tierra, aporta estabilidad y realismo; el color blanco en la cabeza, simboliza la perfección. Se une al color gris de las primeras varas de portar y las
horquillas de los portadores; color sin fuerza pero que aporta responsabilidad,
constancia y disciplina.
Tal
día como hoy, la entonces cofradía de Jesús Nazareno, igual sin saberlo, y en aquella asamblea general a la que acudieron veinte de los treinta cofrades inscritos, puso una piedra más en la
modernización de la Semana Santa logroñesa.
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