Es
en la procesión donde la cofradía alcanza uno de sus momentos más importantes;
todos los cofrades que lo desean abandonan la acera y se suman a la calle con el fin de acompañar al
paso titular. En Logroño, el orden procesional viene determinado por cada
cofradía. La nazarena comienza con su estandarte, acompañado por dos faroles.
Le siguen los hermanos de filas; unas veces más, otras veces menos. Quizá sea
la parte de las cofradías logroñesas a las que se les suele dar menos importancia; suelen ser
cofrades infantiles que no han querido o podido integrarse en la faceta musical
cofrades; cofrades mayores que ya no pueden portar el paso y quieren acompañar
de otro modo a su paso titular. Le siguen los componentes de la sección musical
que anuncian la llegada del paso titular. Finalmente, aparece la figura titular;
ésta cobra vida sobre los hombros de los cofrades que lo portan.
En
este caso se observa perfectamente como la cofradía va formando para iniciar su
participación en la Magna Procesión del Santo Entierro de Logroño. Los
portadores se van preparando para portar el paso. La iluminación del paso; el
carril lateral, el foco que, desde la esquina de las andas, ilumina el rostro
del Nazareno. Y, finalmente, los faroles puestos en las varas de carga. Viendo
llegar al paso desde lejos, los cuatro puntos de luz hacen que la mirada se
dirija hacia el otro punto iluminado: la cara. De este modo, el espectador,
entrará en un diálogo personal con el Nazareno. La figura adquiere y explota
toda la fuerza de su desarrollo plástico y artístico, abandonando el material
del que está hecho y cobrando vida en el deslizarse sobre los hombros de los
portadores.
La
mirada, junto a la mano izquierda, que cuelga, inerte, debido al esfuerzo
realizado, nos puede recordar al modelo del maestro gallego Gregorio Fernández,
de la mano tendida, donde el Nazareno, se olvida de los sayones que suelen
acompañar a esta advocación, para dirigirse directamente al espectador que lo
contempla pasar, cada Viernes Santo por la calle de la Amargura con destino al
Gólgota, donde la profecía de Isaías del siervo de Yahvé, alcanza su máxima
expresión: “cuando era maltratado, se sometía, y no abría la boca; como cordero
llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la
boca… Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron por los pecados de
mi pueblo”.
Tras
el paso, la presidencia eclesiástica de la cofradía, con su hermano prior y,
flanqueándolo, el Hermano Mayor. Justo detrás, los relevos de los portadores,
si los hubiera.
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