En breves días celebraremos, como toda la cristiandad, el
Miércoles de Ceniza, pistoletazo de salida para el tiempo de Cuaresma, previo a
la Semana Santa, quizá la semana más
importante en la vida de los cristianos y, a la vez, principal razón de ser de
la existencia de las cofradías penitenciales.
Día que, como dice Joan Chittister, nos abre las “voces de la
Cuaresma” en nuestro interior. El origen de esta celebración habría que
buscarlo en los primeros siglos de vida de la Iglesia. Comenzaba cuarenta y dos
días antes de la Pascua. Seis semanas. Posteriormente y ya entrados en el siglo
VII, se añadieron cuatro días más. Los cuarenta días cuaresmales tratan de ser
un reflejo de los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto antes de comenzar
su vida pública; este número, como casi todos los que aparecen en la Biblia,
tienen un significado teológico que escapa al mero valor y significado
numérico. Al igual que Jesús se fue al desierto, también son cuarenta los días
que dura el diluvio universal, Gn 7,12 o cuarenta son los años que duró el
peregrinar del pueblo elegido por el desierto hasta alcanzar la Tierra Prometida
guiados por Moisés, Nm 14,33. (También es importante el significado teológico
de la palabra desierto)
Los primeros penitentes cristianos, una vez ya permitida la
vivencia cristiana públicamente, comenzaban su penitencia el primer día de
Cuaresma, salpicados de ceniza y obligados a vivir lejos de la Iglesia hasta la
reconciliación que tenía lugar o Jueves Santo el jueves anterior a la Pascua.
Dichos penitentes, mediante este gesto querían ganarse la benevolencia de Dios.
En la Edad Media será cuando esta forma se abandone y se imponga la fórmula
actual de colocación de la ceniza en la cabeza de toda la Asamblea reunida para
tal fin.
Esta imposición de la ceniza que recibimos todos los
cristianos, es, como se ha dicho el punto de partida de la Cuaresma; tiempo de
conversión. De ahí las palabras que dice el celebrante al imponer la ceniza:
“convertíos y creed en el Evangelio” que han sustituido a las más lúgubres de
“polvo eres y en polvo te convertirás”. En este sentido, pronto adquirió en la
Iglesia primitiva el sentido simbólico de muerte, caducidad, penitencia.
Otro elemento simbólico presente desde este día hasta la
Pascua es el fuego. El fuego que prende y reduce a cenizas las palmas del
Domingo de Ramos del año anterior, que es la usada para la ceremonia y que,
además, simboliza en la Vigilia Pascual el triunfo de la Resurrección, de la
Luz frente a la oscuridad de la muerte. Se supone que en estos días algo
debiera quemarse en el interior de las personas para resucitar a la nueva vida
con Jesús.
Siguiendo a pastoralsj, ¿qué se entiende por conversión?
Crecer, frente a la eterna adolescencia en que se vive hoy en día mucha gente;
amar a los demás, no a uno mismo; es fácil amarse a uno mismo en los demás y
eso es peligroso. Aceptar que hay un mundo que puede ser mejor siempre y cuando
nosotros queramos.
Finalmente, ¿en qué creo? Riqueza, belleza, éxito, aplauso,
eficacia, utilidad, placer, talento, etc. La Cuaresma, y el Evangelio, nos
llevan a lo contrario, a la debilidad, a la derrota, a la verdad, a la
humanidad, etc. Quizá el ejemplo de Franz Jägerstätter, magníficamente
presentado por Terrence Malick en la película “Vida Oculta”, pueda ser un
ejemplo para los tiempos del siglo XXI.
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