Hablar de Cuaresma es hacerlo de un tiempo especial; especial
para la comunidad cristiana que peregrina a la celebración de la Pascua en un
camino de conversión, desprendimiento, humildad y encuentro con uno mismo y, a
la vez, con Dios a través de su Hijo Jesús. Especial para las cofradías
penitenciales que, paradójicamente, empiezan a ver al final del túnel, la razón
de su existir que no es otro que celebrar en el templo y en la calle la Pasión, Muerte y, sobre todo, la
Resurrección de Cristo.
Cuarenta días desde el Miércoles de Ceniza al Domingo de
Ramos. A diferencia, de por ejemplo la Navidad que no fue fiesta universal
hasta el siglo VI, la Pascua ya ocupaba un lugar central en la vida de la
Iglesia, prácticamente desde los primeros años de su existencia tras la muerte
en cruz de Jesús. Se sabe que en el año 330 ya existía un tiempo previo a la
Semana Santa de cuarenta días.
La Cuaresma, como todos los tiempos del calendario litúrgico,
debe estar concebida con unos objetivos y unos medios para alcanzarlos. Como ya
se señaló, se comienza el Miércoles de Ceniza con la imposición de la ceniza,
símbolo de humildad y el mandato de “convertíos y creed en el Evangelio”. El
tiempo verbal es el imperativo. No se trata de una petición, es como si Dios
nos dijera aquello de “ven a buscarme que ya sabes dónde estoy”. La Cuaresma
cada año “nos llama a renovar nuestro compromiso continuo con las implicaciones
de la resurrección en nuestra vida, aquí y ahora” (1) Prosigue diciendo que la Cuaresma “no es un rito. Es un tiempo dedicado a
pensar seriamente acerca de quién es Jesús para nosotros” (2).
La Cuaresma se puede vivir de múltiples maneras, siempre y
cuando estén todas ellas incardinadas en su significado anteriormente indicado.
Manuel Amézcua, propone una celebración cuaresmal que bien se puede extender a
los cuarenta días. Plantea varios descubrimientos.
La ceniza, el desierto, la luz, la palabra, el agua y el pan y el vino. Una
reflexión y vivencia seria sobre todos estos elementos ayudará a los cofrades a
disfrutar mucho más del triduo pascual (templo)
los fastos pasionales (calle) y,
sobre todo, a celebrar la Resurrección como se merece.(3)
Es importante observar como la Cuaresma, al igual que la vida
de cada persona, es un proceso, en línea recta que desemboca en la Resurrección,
tras pasar por la muerte en Cruz. Y así la Iglesia, en la liturgia “pieza
nuclear de la vida y de la misión de la Iglesia” (4) nos lo muestra en los
evangelios de los cinco domingos de Cuaresma de este año. Conviene acercarse un
poco a ellos, leerlos, reflexionarlos y, como no puede ser de otra manera,
aplicarlos en la vida diaria.
El primer domingo cuaresmal nos hace recordar el significado
teológico de los números. Jesús, antes de comenzar su vida pública, se aísla en
el desierto cuarenta días y allí es tentado. A lo cual, Cristo responderá tan
solo de un modo: con Dios y su palabra. Ejemplo para todos los cofrades y la
importancia que tiene, por citar un caso, la túnica de penitencia, símbolo
unificador y, a la vez, diferenciador. Nos diferencia ya que cada cofradía
tiene las túnicas de diferentes colores y nos unifica en tanto en cuanto manifiesta
la igual dignidad de todos y cada uno de los hermanos que la portan. (5)
Primer Domingo de Cuaresma.
El segundo domingo aparece la transfiguración. Jesús aparece
como Rey y Mesías, pero diferente a lo
que mucha gente, incluidos algunos apóstoles, esperan. Como dice Benedicto XVI,
“Jesús ha creado un concepto absolutamente nuevo de realeza y de reino, y lo
expone ante Pilato, representante del poder clásico en la tierra” (6)
Segundo Domingo de Cuaresma
Siguiendo el camino, el tercer domingo de Cuaresma, se nos
presenta el Evangelio de la samaritana. Dos aspectos destacan; el papel del
agua. “El que beba del agua que yo le daré nunca más volverá a tener sed”.
Nosotros recibimos esa agua en el bautismo, que nos suma a Jesús en sus oficios
profético, sacerdotal y real. Por otro lado, llama la atención como Jesús habla
de adorar al Padre, no adorar a Dios. Hasta tres veces lo dice. Y pide, además,
verdaderos adoradores que lo adoren en espíritu y en verdad, tal y como lo
comenta José Antonio Pagola. (7)
Tercer Domingo de Cuaresma
La curación del ciego de nacimiento es el cuarto Evangelio
cuaresmal. Nuevamente la luz frente a la oscuridad. Además, es incorporado y se
siente incorporado, como hará con Bartimeo en Jericó en el camino a Jerusalén.
Jesús no solo es la luz, sino que, además, incorpora a la sociedad israelita de
aquella época a los curados, ya que, las personas con defectos físicos, eran
expulsados de la vida normal y obligados a vivir mendigando.
Cuarto Domingo de Cuaresma
Finalmente, en el último domingo cuaresmal, seremos testigos
de la resurrección de Lázaro. Una resurrección con minúscula, ya que volverá a
morir; igual que la hija de Jairo o la hija de la viuda de Naím. Mientras que
la Resurrección de Jesús será diferente; como dice Benedicto XVI, “ en la
resurrección del Hijo del hombre ha ocurrido algo completamente diferente… un
romper las cadenas para ir hacia un tipo de vida totalmente nuevo, a una vida…
que está más allá de eso; una vida que ha inaugurado una nueva dimensión de ser
hombre… En la resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de
ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo
nuevo de futuro para la humanidad” (8)
Quinto Domingo de Cuaresma
NOTAS:
(1): Chittister, Joan: “El año litúrgico. La interminable aventura de la vida espiritual”. Sal Terra, Santander, 2010, pág. 113
(2):Chittister, Joan: Op. Cit. pág 113
(3): Amezcua, Manuel: “Oraciones cofrades. Paso a paso. De la veneración al testimonio y de la devoción al compromiso”, PPC, Madrid 2011 págs. 102-105
(4): George Agustin- Kurt Koch (eds) “La liturgia como centro de la vida cristiana”, Colección Presencia Teológica nº 197, Sal Terrae, Santander 2013, pág. 11
(6): Joseph Ratzinger, Benedicto XVI “Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección”, Ediciones Encuentro, Madrid, 2011
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