lunes, 29 de junio de 2020

EN PRIMERA PERSONA.

El Buen Pastor.
Marko Ivan Rupnik.
 
 
Ayer se celebró en todo el mundo la fiesta del orgullo LGTBI. Fiesta reivindicativa que el pasado año cumplió sus bodas de oro, que ha pasado a ser la culminación a una semana reivindicativa del citado colectivo.
Hoy, fiesta de San Pedro y San Pablo, ha sido un día raro. Es como si, de repente, todo se juntara. Primero las lecturas del día nos hablan de los dos principales apóstoles en el nacimiento de la incipiente Iglesia y los dos marcados por el hecho de que uno, Pablo, se dedicó a perseguir con saña a cristianos para luego encontrase con Jesús tras un largo proceso que llevó a cabo en Damasco. El otro, Pedro, negó a Cristo no una vez, sino tres para posteriormente, como nos cuentan los Hechos de los Apóstoles en la lectura de hoy, dejar caer las cadenas que le sujetaban a este mundo y, con la mochila de la vida cargada del amor de Dios y su Palabra, emprender un nuevo camino.
Finalmente un hermano de cofradía, me ha comentado el silencio que ayer recorrió a las hermandades penitenciales de nuestra ciudad ante las reivindicaciones de este colectivo que, nos guste o no, forma parte de nuestra sociedad y a la que, como a cualquier persona, debemos acoger con los brazos abiertos y la mirada franca y amorosa del Padre. Somos, como cofrades, Iglesia de puertas abiertas, como los brazos de Jesús en la cruz, que acoge y que, saliendo en misión, Euntes, debemos llevar a Jesús, su Palabra, el plan de Dios a todos los hombres del mundo. Me ha venido a la cabeza la imagen del Buen Pastor, que deja todas las ovejas para buscar a la oveja perdida. Os dejo un escrito de Susana y Margarita aparecido en pastoralsj.org. Simplemente leerlo. Y, como dice José María Rodríguez Olaizola en el mismo portal, “un día no será necesario el Orgullo Gay ni ningún otro orgullo. El día que todo el mundo reconozca la dignidad de las personas, de cada persona, sin que la orientación sexual sea algo que la menoscabe o la ponga en cuestión para algunas mentalidades”.
Y para ello, dejo el precioso y maravilloso mosaico de Marko Ivan Rupnik del Buen Pastor que se encuentra en la Iglesia de la Madonna della Via en la localidad siciliana de Caltagirone.
EN PRIMERA PERSONA
Esta carta que hemos recibido no es teoría. Es un testimonio. Real. De dos mujeres. Creyentes. Que han querido compartir su experiencia. 
En estos tiempos, cuando nos encontramos con alguien, nos invade una sensación de incertidumbre. ¿Puedo o no tocar, abrazar, besar…? Y no será por falta de ganas, pero en nuestra mente surge la duda y el miedo, y nos paraliza.
Esta no es una experiencia aislada para nosotras, y seguramente tampoco para muchas y muchos que en su día a día frenan sus ganas de realizar gestos de cariño por el miedo a las consecuencias. Muchas ocasiones son la que paseamos cogidas de la mano, charlando y mirándonos, riendo, estando cerca para notarnos… y de repente, soltar, de golpe separarnos, alejarnos y mirar al frente para generar distancia y así, evitar comentarios, incomodidades…

Cierro los ojos, y sigo notando el vértigo que produce en el estómago esta sensación. Cuantas veces he creído que hacía lo correcto a pesar de ser lo que no nos hacía felices. He llegado incluso, mientras nos abrazábamos o mirábamos, a sentir vergüenza de mirar al espejo y pensar «esto es lo que ven otros», cuando solo se reflejaba amor. Creíamos que no era prudente, que podía ser una provocación, que nuestras muestras de cariño podían ser las culpables de la incomodidad de otros. A día de hoy, tras ocho años de relación, seguimos escondiendo gestos de afecto. ¿Dónde está el límite entre la prudencia y el miedo?
Hoy, en especial hoy que parece ser un día de valentía y libertad, muero de ganas de poder gritar al mundo que soy feliz, que somos felices, que nos amamos desde la verdad, desde el cuidado, el crecimiento y la búsqueda de plenitud. Que nuestro género no es lo que define nuestra relación, sino nuestras ganas de vivir la fe en conjunto, siendo tres porque Dios ha estado presente, desde el inicio, en nuestro camino de amor. Una vez alguien importante nos dijo, «si es de Dios, os hará crecer», y no podemos estar más convencidas de que Dios nos ha unido para que el amor crezca y se expanda.
Damos gracias a Dios por todo lo que nos ha regalado y regala, por tener una familia que nos acoge, no solo en lo personal, sino también desde la fe. Ahora, empezamos a ser conscientes de que quedarnos acomodadas en esta posición no es del todo cristiano. Es egoísta no ser valientes, ser más visibles para poder ser testimonio para otros. Sin embargo, vuelven a surgir dudas, ¿Nosotras referentes para otros? Pero… ¿Quién puede decir que nuestro amor es menos verdadero y real por el hecho de ser dos mujeres?
No negaré que surge un sentimiento de impotencia e injusticia al ver que ha tenido que pasar el tiempo para poder tener una historia que contar, una verdad que no deje lugar a dudas, que sea creíble, ante otras relaciones que ni siguiera son cuestionadas.
Respiro, conecto, escucho el silencio, y la respuesta de Dios no es para juzgarme, si no para darme fuerzas desde la gratitud. Gracias por la experiencia de poder amar, de que se ensanche el corazón y florezcan las lágrimas al sentir plenitud, gracias por estar presente en nuestra vida y sostener nuestro amor.
Sin embargo, a pesar de las ganas, hoy no gritaremos, no saldremos a la calle, aún nos queda camino por recorrer antes de vencer el miedo a sentirnos juzgadas por otros. Aún nos queda seguir preguntándonos por si es por prudencia el hecho de mostrar poco a poco y con discreción nuestro afecto para que pueda ser entendido y reconocido como verdad desde la naturalidad, o si es por miedo a las barreras de resistencia y reticencia que generan dolor.
Si estás leyendo esto, reza… Pide a Dios que se expanda el amor, que enternezca el corazón y abra el entendimiento para la comprensión desde la humanidad y no desde el juicio, para la escucha y la acogida. Se necesita la oración porque sigue habiendo personas que sienten la opresión sutil, o no tan sutil, que les lleva a negarse y no ser quienes son, de hacer lo que se cree correcto y no de vivir en plenitud, se necesita la mirada de Dios que impregna de misericordia y libertad y que permite, sencillamente, ser y amar.
Susana y Margarita


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