Andaba preguntándome cual debiera ser la siguiente
entrega del blog; incluso pensaba en modificar la procedencia de las imágenes
nazarenas; abandonar Sevilla y abrir Zaragoza, Salamanca, Teruel o Huesca, por
acercarnos un poco al norte y observar las diferencias que pueden darse en los diferentes
modos de expresar el mismo hecho evangélico.
Pero, me enviaron un enlace de un escrito de José
María Rodriguez Olaizola, sj, viejo conocido nuestro por los escritos colgados
y compartidos en este blog en el especial Coronavirus que llevé a cabo durante
el confinamiento pasado. Por supuesto sacado de pastoralsj. El escrito se titulaba como el arriba indicado. Se dio
la casualidad de que en el evangelio de hoy domingo, Mateo pone en labios de Jesús,
al ser preguntado por un fariseo, doctor
de la ley, cuál era el mandamiento principal de la citada ley, la frase de “Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”.
Frase no inventada por Jesús si no recogida del Pentateuco, libros donde los
judíos tienen la expresión total y absoluta de la ley.
Como este blog es de contenido semanasantero, el
problema vino a la hora de elegir la foto que acompañara al texto. Las imágenes
elegidas, inicialmente fueron tres. En primer lugar, el logroñés Cristo de las
Ánimas, gubiado por Arnao de Bruselas. Otra figura fue el genial Cristo de la
Conversión, cuya estación de penitencia se realiza el Viernes Santo por la
tarde por la Hermandad de Montserrat en Sevilla. Finalmente, el Cristo de la
Agonía de Bergara, recientemente restaurado por el Instituto Andaluz de
Patrimonio Histórico. Estos dos últimos salidos de las manos del genial artista
Juan de Mesa. La elección, al final fue el Cristo que volvió de tierras euskaldunas
a Sevilla para ser restaurado. Obra
cumbre y maestra del autor cordobés, ha sido considerado como su mejor
crucificado. Según cuentan los entendidos, el Cristo vivo, “muestra un perfecto
equilibrio entre la divinidad de un Dios asido a su trono de martirio y el
realismo del drama de la agonía de un hombre” (1)
AMARÁS A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS.
He aquí una
formulación complicada. Si a cada uno de nosotros nos preguntan ¿qué es lo que
más quieres en este mundo? Más aún, si nos preguntan, ¿a quién amas más? Es
posible que la primera respuesta no fuera «Dios».
Tal vez los
padres hablarían de sus hijos. O alguien muy enamorado pensaría inmediatamente
en su pareja. ¿Cuántas veces hemos oído a alguien expresar que su padre o su
madre es lo que más quiere en este mundo? Es posible, también, que quien vive
vocacionalmente alguna dimensión de la vida piense que eso es irrenunciable,
que esa es su verdadera pasión y está por encima de todo lo demás –imagina un
científico consagrado a una causa, un deportista en el momento cumbre de su
carrera, un escritor que no concibe su vida sin las palabras–.
Amar a Dios sobre todas las cosas no significa
amar solo a Dios o amarlo más (porque hay realidades, y sobre todo personas, a quienes
amas con todo tu ser, y no crees que puedas amar más que eso). Quizás significa amarlo en todas.
O que allá donde amas de verdad puedas aprender a descubrir el reflejo del Dios
que es amor.
Es aprender a
descubrir cómo, en muchas dimensiones de nuestra vida, el amor inmediato es
solo un camino hacia el Dios que es principio y fundamento. Amar a los hijos es
amar a Dios (que es Padre, y Madre, y nos enseña en ellos la gratuidad). Amar a
los amigos es amar a Dios (que es relación y nos llama a no vivir encerrados en
burbujas de egoísmo). Amar la propia vocación es amar a Dios (creador que nos
ha dado tantas posibilidades de contribuir, con nuestros talentos, a continuar
su obra). Amar a tu pareja incondicionalmente es amar a Dios (el que nos enseña
el valor de la alianza, de la fidelidad y del compromiso).
¿Hay amores
estériles en los que no está Dios? Puede haberlos. El amor al propio ego cuando
está desquiciado y desmesurado. O a bienes que, entendidos como valores
absolutos, solo se convierten en prisión (ya sea el dinero, la imagen, el
poder, el éxito u otros). A esos los llamamos ídolos.
Una cuestión
más. ¿Se puede amar a Dios directamente? Sí. En la medida que su Palabra se
convierte en voz que me remite a Él. En Jesús, que nos ha mostrado el rostro
más comprensible de Dios para nosotros. Y en un espíritu que a veces nos llena
de gozo, de calma o de esperanza.
José María Rodríguez Olaizola, sj
(1): https://www.lahornacina.com/articulosmesa6.htm
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