miércoles, 17 de febrero de 2021

MIÉRCOLES DE CENIZA. EL PRIMADO DE DIOS EN LA IGLESIA.

 

Santo Sepulcro en la calle de la Merced. 

Hoy comienza la Cuaresma 2021. Al igual que el pasado 2020, será muy diferente. Las hermandades y cofradías, por segundo año consecutivo, no podrán salir a la calle ni en Cuaresma ni en Semana Santa; quizá en algunos lugares no sea tan importante como en otros, más pequeños, con menos cofradías y donde la supervivencia anual de estas agrupaciones está siempre en el límite, en el filo de la navaja y cualquier pequeño contratiempo puede acabar no con años, sino incluso con siglos de existencia de una de las más importantes muestras de la religiosidad popular.

Con el fin de adentrarnos en la Cuaresma, viéndola desde otra perspectiva y obligado por la actual situación, dejo unas líneas de Carlo María Martini, que fuera Arzobispo de Milán  acerca de un tema que, si bien con su título puede parecer más de lo mismo, el contenido es algo que va más allá del más de lo mismo. Sobre todo, por que abandona, vamos a decirlo, el lenguaje teológico y se dirige a cada uno de nosotros de un modo directo y simple que, leído y reflexionado, no debiera dejar indiferente a nadie.

Para ilustrarlo, que mejores imágenes que algunas de las figuras que procesionan en Logroño. Desde el impresionante Sepulcro, pasando por el Cristo de las Ánimas, o el Stabat Mater de Chaparro. Quién no se conmueve ni ve la mano de Dios en todas y cada una de estas figuras que, cada año, se asoman a las calles de Logroño para celebrar el hecho más importante en toda la historia de la humanidad, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

EL PRIMADO DE DIOS EN LA IGLESIA.

Del primado del amor y la misericordia de Dios para con todos y cada uno de los seres humanos nace en la Iglesia la urgencia de volver a partir una y otra vez de Dios.

Volver a partir de Dios requiere el coraje de hacerse las preguntas últimas, de encontrar la pasión por las cosas que se ven cuando se leen en la perspectiva del Misterio y de las cosas invisibles.

Con respecto al camino personal del creyente, significa no dar nunca nada por descontado en la fe, no ilusionarse con la presunción de saber ya lo que, en cambio, está permanentemente envuelto en el misterio; significa santa inquietud y búsqueda. Volver a partir de Dios significa saber que nosotros no lo vemos, pero creemos en él y lo buscamos como la noche busca a la aurora; quiere decir, por consiguiente, vivir por uno mismo y contagiar a los demás la santa inquietud de buscar sin descanso el rostro oculto del Padre.

Como hizo Pablo con los gálatas y los romanos, así también nosotros debemos denunciar ante nuestros contemporáneos la miopía que supone contentarse con todo cuanto es inferior a Dios, con todo cuanto puede convertirse en ídolo. Dios es más grande que nuestro corazón, Dios está más allá de la noche. Él está en el silencio que nos turba ante la muerte y al final de toda grandeza humana; está en la necesidad de justicia y de amor que llevamos dentro; es el Misterio santo del Totalmente Otro, nostalgia de justicia perfecta y consumada, de reconciliación, de paz.

A veces presumimos de haber alcanzado la idea perfecta de lo que Dios es o hace. Gracias a la Revelación, sabemos de él algunas cosas ciertas que él mismo nos ha dicho acerca de sí, pero estas cosas están como envueltas por la niebla del profundo desconocimiento que tenemos de él. Con frecuencia me asusta escuchar o leer tantas frases que tienen por sujeto a «Dios» y dan la impresión de saber perfectamente lo que Dios es y realiza en la historia, cómo y por qué actúa de un modo y no de otro. La Escritura, como hemos visto, es más reticente, más discreta y llena de misterio, y prefiere el velo del símbolo o de la parábola, con la conciencia de que solo puede hablarse de Dios con temor y temblor, y mediante aproximaciones, como de «Alguien» que nos supera en todo. El propio Jesús mismo no elimina este velo: él, que es el Hijo; nos habla del Padre en enigmas, hasta el día en que lo haga de manera clara y definitiva. Ese día no ha llegado aún, salvo con anticipaciones que dejan muchas cosas oscuras y nos hacen caminar en la noche radiante de la fe.

Cristo de las Ánimas. Arnao de Bruselas
Foto de Luis Gárriz Cano. 

Con respecto a nuestra acción comunitaria y social, volver a partir de Dios significa poner todos nuestros proyectos humanos bajo el señorío de Dios y medirlos únicamente desde su Evangelio. Significa confrontar todo lo que uno es y hace con las exigencias de Su primado. Solo Dios es la medida de la verdad, de la justicia y del bien. Significa retornar a la verdad de nosotros mismos, renunciando a hacer de nosotros la medida de todas las cosas, para reconocer que es Él la medida que no pasa, el ancla que da seguridad, la razón última para vivir, amar y morir. Significa mirar las cosas desde arriba, ver el todo antes que la parte, partir de la fuente para comprender el fluir de las aguas.

Volver a partir de Dios significa cotejarse con Jesucristo, revelador del Padre, e inspirarse continuamente en su palabra y en su ejemplo tal como nos los presenta el evangelio. Significa abandonar al soplo del Espíritu nuestro corazón inquieto, perseverar en la noche de la adoración y de la espera. Este es el único camino para liberarse de la violencia de la ideología sin permitirse naufragar en el nihilismo, carente de ética y de esperanza.

Stabat Mater. Francisco Chaparro
Foto: Carmelo Betolaza

El Dios con nosotros es el Dios que puede ayudarnos a encontrar las verdaderas razones para vivir juntos. Con respecto a las aguas bajas en las que parece estancarse hoy la vida civil, social y política de nuestro país, partir de Dios significa encontrar sentido, impulso, motivación para arriesgarse y para amar. Volver a partir de Dios significa reconocer que estamos en el corazón de Dios por una experiencia real de fe y de amor: reconocer que hemos nacido para aprender a amar siempre más, a ser más osados, a ir más allá de los límites de nuestras comodidades y de nuestros pecados.

Volver a partir de Dios significa hacerse peregrinos que caminan hacia él abriéndose al don de su Palabra, dejándose reconciliar y transformar por su gracia. Solo quien se reconoce amado por el Dios vivo, más grande que nuestro corazón, vence al miedo y vive el gran viaje, el éxodo de sí sin retorno, para caminar hacia los otros, hacia el Otro que es Dios mismo.

Ante el Dios del amor y de la misericordia, la Iglesia, como cuerpo de Cristo presente en la historia, está llamada a hacer visible una comunidad que vive bajo el primado de Dios. Una comunidad que, aun con sus pecados, sus carencias y sus retrasos, está destinada a mostrar a una sociedad fragmentada y dividida, caracterizada por relaciones frágiles, conflictivas, competitivas, comerciales y consumistas, la posibilidad de vivir una red de relaciones fundadas en el evangelio, unas relaciones gratuitas, desinteresadas, armónicas, capaces de perdón, de acogida y de aceptación mutua.

Paso de María Magdalena. S. XVI Autor anónimo
atribuido al taller de Gaspar Becerra. Foto: Luis Gárriz Cano. 


La Iglesia que está bajo el primado de Dios, Padre universal, siente el deber, más aún, la necesidad de ser hospitalaria, paciente, longánima y de amplias miras. Ciertamente, continúan siendo válidas las prescripciones disciplinares y canónicas que establecen qué es o no compatible con la pertenencia plena a la comunidad cristiana; pero sentimos que la Iglesia es como una gran red que recoge todo tipo de peces (cf. Mt 13,47-50), un árbol grande en el que hacen su nido muchas especies de aves (cf. Mt 13,31-32). No puede arrogarse el juicio definitivo sobre las personas y sobre la historia, que compete solo a Dios La Iglesia es una ciudad grande, cuyas, puertas no deben cerrarse a nadie que pida sinceramente refugio.
 

Carlo María Martini

“El Jardín interior. Un camino para creyentes y no creyentes”

Sal Terrae, Maliño (Cantabria), 2015, págs. 26-28

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