Hoy
comienza la Cuaresma 2021. Al igual que el pasado 2020, será muy diferente. Las
hermandades y cofradías, por segundo año consecutivo, no podrán salir a la
calle ni en Cuaresma ni en Semana Santa; quizá en algunos lugares no sea tan
importante como en otros, más pequeños, con menos cofradías y donde la
supervivencia anual de estas agrupaciones está siempre en el límite, en el filo
de la navaja y cualquier pequeño contratiempo puede acabar no con años, sino
incluso con siglos de existencia de una de las más importantes muestras de la
religiosidad popular.
Con
el fin de adentrarnos en la Cuaresma, viéndola desde otra perspectiva y
obligado por la actual situación, dejo unas líneas de Carlo María Martini, que
fuera Arzobispo de Milán acerca de un
tema que, si bien con su título puede parecer más de lo mismo, el contenido es
algo que va más allá del más de lo mismo. Sobre todo, por que abandona, vamos a
decirlo, el lenguaje teológico y se dirige a cada uno de nosotros de un modo
directo y simple que, leído y reflexionado, no debiera dejar indiferente a
nadie.
Para
ilustrarlo, que mejores imágenes que algunas de las figuras que procesionan en
Logroño. Desde el impresionante Sepulcro, pasando por el Cristo de las Ánimas,
o el Stabat Mater de Chaparro. Quién no se conmueve ni ve la mano de Dios en
todas y cada una de estas figuras que, cada año, se asoman a las calles de
Logroño para celebrar el hecho más importante en toda la historia de la
humanidad, la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.
EL PRIMADO DE DIOS EN LA IGLESIA.
Del primado del amor y la misericordia
de Dios para con todos y cada uno de los seres humanos nace en la Iglesia la
urgencia de volver a partir una y otra vez de Dios.
Volver a partir de Dios requiere el
coraje de hacerse las preguntas últimas, de encontrar la pasión por las cosas
que se ven cuando se leen en la perspectiva del Misterio y de las cosas
invisibles.
Con respecto al camino personal del creyente, significa no dar nunca nada por
descontado en la fe, no ilusionarse con la presunción de saber ya lo que, en
cambio, está permanentemente envuelto en el misterio; significa santa inquietud
y búsqueda. Volver a partir de Dios significa saber que nosotros no lo vemos,
pero creemos en él y lo buscamos como la noche busca a la aurora; quiere decir,
por consiguiente, vivir por uno mismo y contagiar a los demás la santa
inquietud de buscar sin descanso el rostro oculto del Padre.
Como hizo Pablo con los gálatas y los
romanos, así también nosotros debemos denunciar ante nuestros contemporáneos la
miopía que supone contentarse con todo cuanto es inferior a Dios, con todo
cuanto puede convertirse en ídolo. Dios es más grande que nuestro corazón, Dios
está más allá de la noche. Él está en el silencio que nos turba ante la muerte
y al final de toda grandeza humana; está en la necesidad de justicia y de amor
que llevamos dentro; es el Misterio santo del Totalmente Otro, nostalgia de
justicia perfecta y consumada, de reconciliación, de paz.
A veces presumimos de haber alcanzado
la idea perfecta de lo que Dios es o hace. Gracias a la Revelación, sabemos de
él algunas cosas ciertas que él mismo nos ha dicho acerca de sí, pero estas
cosas están como envueltas por la niebla del profundo desconocimiento que
tenemos de él. Con frecuencia me asusta escuchar o leer tantas frases que
tienen por sujeto a «Dios» y dan la impresión de saber perfectamente lo que
Dios es y realiza en la historia, cómo y por qué actúa de un modo y no de otro.
La Escritura, como hemos visto, es más reticente, más discreta y llena de
misterio, y prefiere el velo del símbolo o de la parábola, con la conciencia de
que solo puede hablarse de Dios con temor y temblor, y mediante aproximaciones,
como de «Alguien» que nos supera en todo. El propio Jesús mismo no elimina este
velo: él, que es el Hijo; nos habla del Padre en enigmas, hasta el día en que
lo haga de manera clara y definitiva. Ese día no ha llegado aún, salvo con
anticipaciones que dejan muchas cosas oscuras y nos hacen caminar en la noche
radiante de la fe.
Con respecto a nuestra acción comunitaria y social, volver a partir de Dios significa
poner todos nuestros proyectos humanos bajo el señorío de Dios y medirlos
únicamente desde su Evangelio. Significa confrontar todo lo que uno es y hace
con las exigencias de Su primado. Solo Dios es la medida de la verdad, de la
justicia y del bien. Significa retornar a la verdad de nosotros mismos,
renunciando a hacer de nosotros la medida de todas las cosas, para reconocer
que es Él la medida que no pasa, el ancla que da seguridad, la razón última
para vivir, amar y morir. Significa mirar las cosas desde arriba, ver el todo
antes que la parte, partir de la fuente para comprender el fluir de las aguas.
Volver a partir de Dios significa
cotejarse con Jesucristo, revelador del Padre, e inspirarse continuamente en su
palabra y en su ejemplo tal como nos los presenta el evangelio. Significa
abandonar al soplo del Espíritu nuestro corazón inquieto, perseverar en la
noche de la adoración y de la espera. Este es el único camino para liberarse de
la violencia de la ideología sin permitirse naufragar en el nihilismo, carente
de ética y de esperanza.
El Dios con nosotros es el Dios que
puede ayudarnos a encontrar las verdaderas razones para vivir juntos. Con
respecto a las aguas bajas en las que parece estancarse hoy la vida civil,
social y política de nuestro país, partir de Dios significa encontrar sentido,
impulso, motivación para arriesgarse y para amar. Volver a partir de Dios
significa reconocer que estamos en el corazón de Dios por una experiencia real
de fe y de amor: reconocer que hemos nacido para aprender a amar siempre más, a
ser más osados, a ir más allá de los límites de nuestras comodidades y de
nuestros pecados.
Volver a partir de Dios significa
hacerse peregrinos que caminan hacia él abriéndose al don de su Palabra,
dejándose reconciliar y transformar por su gracia. Solo quien se reconoce amado
por el Dios vivo, más grande que nuestro corazón, vence al miedo y vive el gran
viaje, el éxodo de sí sin retorno, para caminar hacia los otros, hacia el Otro
que es Dios mismo.
Ante el Dios del amor y de la
misericordia, la Iglesia, como cuerpo de Cristo presente en la historia, está
llamada a hacer visible una comunidad que vive bajo el primado de Dios. Una
comunidad que, aun con sus pecados, sus carencias y sus retrasos, está
destinada a mostrar a una sociedad fragmentada y dividida, caracterizada por
relaciones frágiles, conflictivas, competitivas, comerciales y consumistas, la
posibilidad de vivir una red de relaciones fundadas en el evangelio, unas
relaciones gratuitas, desinteresadas, armónicas, capaces de perdón, de acogida
y de aceptación mutua.
Carlo María Martini
“El Jardín interior. Un camino para creyentes
y no creyentes”
Sal Terrae, Maliño (Cantabria), 2015, págs.
26-28
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