domingo, 23 de mayo de 2021

PENTECOSTÉS

 

Cristo resucitado. Logroño. 
Con Él, comenzó todo. 

Hoy, domingo 23 de mayo, celebramos la festividad de Pentecostés. Para ello os dejo la homilía que, el pasado 2020, dijo José María Rodríguez Olaizola y que fue publicada en el libro ya mencionado en este blog, La palabra desencadenada. Creer en tiempos de pandemia. Quizá nuestro Pentecostés tenga menos que ver con las lenguas de fuego y más con una actitud. Una actitud de vida, de comportamiento, de estar en el mundo y, sobre todo una actitud de apoyo en Jesús y su Palabra.

ENTRE BABEL Y PENTECOSTÉS. NO TENGÁIS MIEDO. 

Contemplemos por un instante a los discípulos. Lo llevamos haciendo todas estas semanas de Pascua. Lentamente hemos ido viendo como el Resucitado va plantando en ellos la semilla del valor. Fijaos en ese precioso recorrido que hemos ido haciendo, semana a semana, viendo cómo se vuelve a encender un fuego, una llama, en los corazones de los discípulos: María que oye su nombre, Pedro perdonado, Tomás acogido con sus dudas, los de Emaús, compartiendo la mesa. Pablo, que pasa de perseguidor a testigo. Todos, cada vez más libres, plantando cara a la persecución y al conflicto.

Pentescostés. Bartomeu de Robió. Siglo XIV

Los discípulos han experimentado todo tipo de miedos (a la persecución, al fracaso, a haberle perdido y ahora quizás un poco a que todo se desvanezca). Sin embrago, el  Resucitado primero, y ahora el Espíritu de una manera definitiva, les va a dar valor. Una valentía que los lleva a salir a la plaza pública para proclamar la buena noticia de Jesucristo. La mayoría de edad en la fe solo puede darse cuando uno decide plantar cara al miedo. ¿Cómo entender nosotros eso hoy?

Hay una experiencia muy universal que es la del miedo. Miedo que es mirar adelante y pensar que las cosas pueden salir mal. Y esto, en el tiempo que corre, lo podemos comprender más que bien. Antes teníamos algunos miedos (al futuro, al desconocido, a que las cosas salieran mal en nuestra vida…) Pero ocurre que, en los últimos meses, es como si esos fantasmas posibles se hubieran materializado mucho más. Como que hubieran tomado cuerpo para convertirse en monstruos cercanos y tangibles.

Pentecostés. Monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos)

Mirad, es normal que ahora tengamos miedos. Tenemos miedo al COVID-19. A sus efectos devastadores. Ya hemos visto que puede hacer en una sociedad. Un repunte no parece descartado- más bien muchos avisan en esa dirección-. Tenemos miedo no solo a sus consecuencias, en salud y en vidas (claro, ese es el mayor miedo, perder a quienes amamos). Pero también hay miedo al futuro (una preocupación que se cuela a diario en nuestras conversaciones: las consecuencias económicas, la precariedad, la `pobreza, el rescate…). Miedo a un mundo que quizás sea muy distinto (y lo desconocido tiene un punto de incierto  que asusta). Miedo, también, a la conflictividad social (unos a otros, ¿es que no somos capaces de hacerlo mejor?). Miedo  a aislarnos más en lugar de encontrarnos más.

Tenemos, por delante, una tarea descomunal. Si queremos ser de verdad levadura en la masa. Si queremos contribuir a marcar una diferencia. Si queremos ayudar a gestar el mundo que salga de esta crisis global, no podemos conformarnos con permanecer encerrados en nuestros miedos. Tenemos que contribuir a sembrar en esta sociedad un mensaje de justicia, de esperanza y comunión.

Pentescostés. Zurbarán. 1635

Y aquí nos toca elegir entre dos lógicas: la de Babel y la de Pentecostés. La lógica de Babel tiene tres ingredientes principales: (1) el sueño imposible y temerario. “Hagamos una torre que llegue hasta Dios”; (2) la incomunicación, que lleva a no ser capaces de hacer las cosas juntos; (3) la división es consecuencia de lo anterior. Esa lógica de Babel es algo muy humano y se puede dar en muchos niveles en una sociedad; entre países, entre ciudades, entre grupos humanos divididos por la ideología y los colores políticos; incluso dentro de nuestra Iglesia.

Frente a ello, la lógica de Pentecostés es todo lo contrario. Primero, vemos un sueño ambicioso, pero posible, que se gesta en lo pequeño. Esa comunidad minúscula que, sin embargo, no tiene miedo de dar un primer paso, de salir a la plaza pública. Y es que, es verdad, el Reino se empieza a construir con el primer paso. Y aunque hoy pensemos que la Iglesia pinta poco, esto lo empezaron un puñado de hombres y mujeres sencillos, en una provincia lejana de un imperio para el que no contaban.

Segundo, esa capacidad de comunicación (simbolizada en ese hablar y que todos entiendan su idioma). Hay un idioma universal para el ser humano: todos nos estremecemos con el sufrimiento, tenemos entrañas de misericordia, aspiramos al amor, al bienestar, a la salud de cuerpo y alma de los nuestros; todos queremos la paz; es tanto lo que nos une… Quizás es momento de aprender a hablar de nuevo. Y a escucharnos. De comprender que todos tenemos algo que decir y que la diferencia no tiene por qué ser motivo de enemistad, porque es una forma de riqueza cuando se entiende bien (y ahí encajan las palabras de Pablo sobre los carismas)


Por último, no podemos seguir dejando que las diferencias pongan abismo entre nosotros. Nos toca ser artífices de encuentro y comunión. No podemos seguir dejando que sembradores de cizaña nos conviertan en enemigos unos de otros.

¿Da miedo afrontar esta tarea? Sí. Pero Pentecostés ya fue una vez para siempre, y estamos en el tiempo del Espíritu. Escuchémoslo, susurrando en nuestro interior, y escuchemos una vez más atravesando el tiempo, las palabras del amigo, el maestro, el Señor. “En el mundo pasaréis aflicción, pero tened valor: yo he vencido al mundo”

José María Rodríguez Olaizola, sj

“La Palabra desencadenada. Creer en tiempos de pandemia”

Colección el Pozo de Siquén, nº 428

Sal Terrae, Maliaño, Cantabria, 2020, págs. 384-386

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