Este día marca el inicio de los desfiles pasionales en las
calles logroñesas. Es a finales de la primera década del siglo XXI cuando dicha
procesión comienza a modificarse, poco a poco, paso a paso, hasta lograr la importancia
y relevancia que reclama; anteriormente, debido a la situación de la extinta
cofradía de Nuestra Señora de los Dolores y a los bandazos que se dieron en su
organización desde la sede parroquial de Santiago, el Real la procesión estuvo,
incluso, a punto de desaparecer.
Al final la absorción de la cofradía anteriormente citada por
la cofradía de Jesús Nazareno con la que compartía sede canónica supuso el
punto de inflexión. Esta procesión son recuerdos del año 1976 cuando se
incorporaron a ese desfile las bandas de tambores de la cofradía nazarena, con
su sección de cornetas, así como la de la Hermandad de la Pasión y el Santo
Entierro, posteriormente integrada en la cofradía de la Entrada de Jesús en
Jerusalén. Incorporación debida a la escasa participación de fieles en la misma
y a la degradación en que se encontraba el espacio procesional en que se
celebraba.
Día de acompañar a María en sus dolores; de reflexionar sobre
ellos, de unirse a ella en su incomprensión y en su sí sin condiciones al plan
que Dios dispuso para ella, para su Hijo y también, porque no decirlo, para
todos y cada uno de nosotros. María, siguiendo al cardenal Carlo María Martini,
al igual que Zacarías, sabe que Dios, cuando entra en tu vida, entra para
trastornar y, de ese trastorno solo se logra salir con el abandono total y
absoluto a la voluntad de Dios.[1]
La profecía de Simeón, la huida a Egipto, perder a Jesús en
el templo, y, sobre todo, los momentos de la pasión; el encuentro con su hijo
en la Vía Dolorosa, verlo crucificado, coger el cuerpo muerto de Jesús y darle
sepultura. Según las visiones de Santa Brígida, quién rezara los siete dolores
acompañando a María, alcanzaría siete gracias.
Desde comienzos del siglo XXI la nazarena cofradía logroñesa
modifica el recorrido de la procesión abandonando el territorio parroquial de
Santiago, el Real, acercándose a la concatedral de Santa María de la Redonda
para regresar a la sede canónica que, al final de la calle del mismo nombre que
la parroquia, abre sus puertas para acoger, como siempre, a los cofrades
nazarenos que, orgullosos, pasean a su Madre pos las calles logroñesas,
acompañándola y viviendo con ella, los siete puñales que atraviesan su corazón
como símbolo de los dolores que padeció en su vida.
[1][1]
Martini, Carlo María: Los relatos de la
Pasión. Meditaciones. Sal Terrae, Santander, 2017, págs. 134-135.
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