Tras
la crisis de la segunda parte de la década de los años 70 de la pasada
centuria, las cofradías logroñesas comienzan, poco a poco, a organizarse. Se
van introduciendo mejoras. Se cambian hábitos, caso del Nazareno, se mejoran
las andas de los pasos, aparecen nuevas procesiones ya citadas en otras
entradas anteriores. Se incrementan las bandas de tambores, se empieza a
mejorar el material de estas últimas. El ejemplo sigue siendo la ciudad de
Zaragoza. Comienzan a aparecer los primeros bombos grandes, se innova en la
confección de marchas procesionales, aparecen secciones de viento con mucho
esfuerzo por parte de los cofrades.
Las
cofradías empiezan a tener que aumentar los ingresos, ya que los gastos también
aumentan; la Iglesia pasa a ser “un espacio único durante las celebraciones de los oficios
del Jueves Santo y Viernes Santo… Acabados los rezos oficiales, se reparte
simbólicamente entre un lugar central… el Monumento… El Segundo es el destinado al paso o los pasos que se
albergan en la iglesia… el templo tiene
otro espacio dedicado al comercio” Nos encontramos con una “dialéctica espacial dentro de la
iglesia donde contrapone una vez más, lo sagrado (el Monumento) y lo profano
(comercio) que en estos días conviven en perfecta armonía”, tal y como indica
el profesor vallisoletano, José Luis
Alonso Ponga.
La foto muestra la postal del
paso titular que la cofradía confeccionó a finales de los años 80 de la
pasada centuria y que se ofrecía en la parroquia de Santiago el Real, al precio
de cien pesetas. Las postales fueron, para casi todas las cofradías logroñesas,
el comienzo de una nueva forma de financiación. Posteriormente, flores, pines,
cintas, pulseras, figuras de cartulina, etc. se unirán a ese pequeño comercio
tan necesario para la supervivencia de las cofradías logroñesas.
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