martes, 5 de mayo de 2020

CORONAVIRUS: BAJAR Y SALIR A LA REALIDAD.

La Transfiguración
Marko Ivan Rupnik, Cluj, Rumanía.
 
En la Diócesis de Calahorra y La Calzada- Logroño y desde Pastoral Juvenil se viene realizando una “peregrinación virtual” a Tierra Santa. Inicialmente pensada solo para jóvenes de esta Diócesis, como reza el dicho “los caminos del Señor son inescrutables”, el éxito ha sido arrollador; más de dos mil quinientos inscritos, de otras Diócesis, de otros países, de otros continentes, sobre todo América.
En la etapa 5 llegamos al Monte Tabor, lugar donde, según la tradición, ocurrió la Transfiguración de Jesús. Os dejo el escrito que se hizo llegar a los “peregrinos”. Merece la pena leerlo y, sobre todo, practicarlo, y más en estos tiempos de pandemia, donde la realidad, una vez más, ha superado a la ficción. Para ilustrarlo, dejo un mosaico del mismo motivo localizado en la localidad de Cluj, Rumanía; Elías, Moisés, Jesús, Juan, Pedro y Santiago aparecen de la mano de Marko Ivan Rupnik, jesuita, sacerdote y artista famoso por sus mosaicos y del que en la Diócesis riojana tenemos la suerte de poder contemplar su maestría en la cripta de la concatedral de Santo Domingo de La Calzada.
DEL QUE BIEN SE ESTÁ AQUÍ
A BAJAR CADA DÍA A LA REALIDAD.
 Ponernos en el lugar de Jesús, en ese momento de transfiguración, de luz, de felicidad. Y también en ese anuncio de su muerte en Jerusalén, sin quedarnos dormidos. Podemos decir que la vida cristiana es una experiencia a dos tiempos: es un proceso de transfiguración en el que está presente el componente de entrega, de sufrimiento, de compromiso. Felicidad y esfuerzo, Tabor y Calvario. No podemos potenciar solamente una de las dos dimensiones. Los seguidores de Jesús aceptamos la vida en lo que tiene de dolor, esfuerzo, camino, pero sin añadir más dureza a la existencia. Después de la escucha, hemos de permanecer en el silencio ante el Misterio de lo que acontece y se desarrolla en la experiencia propia del Pueblo de Dios.
El santo arzobispo de El Salvador, Óscar Romero, desarrolló la sensibilidad de escuchar a Cristo y al pueblo. Ante de hablar, escuchaba a su pueblo. Pero no escuchó para paralizar sus opiniones, sino que las tomó en cuenta muy seriamente. Su última carta pastoral la escribió tras hacer un proceso de consulta con las comunidades cristianas. Así lo comenta él mismo: “Y a esto se junta la madurez de nuestra arquidiócesis, a la cual he consultado para escribir esta carta pastoral. Yo saludo en ustedes esa madurez, esa audacia, esa opción preferencial por los pobres, esa riqueza de ideas que ustedes me han dado en esa consulta” (homilía del 6 de agosto de 1979). Esta manera de proceder sigue siendo un desafío para la Iglesia hoy, y para cualquier cristiano que vive su fe en comunidad, en el ámbito familiar o laboral. Escuchar a los otros atentamente y tomarlos en cuenta.
Cuando no se toma en serio la realidad, el clamor de los pobres y la transfiguración del pueblo, la Iglesia puede caer en la tentación de quedarse “en las nubes”. El arzobispo Romero nos recuerda, igual que Jesús, que hay que “bajar”, para encarnarse en los problemas del pueblo y contribuir a transfigurarlo: “Es muy bonito vivir una piedad de solo cantos y rezos, de solo meditaciones espirituales, de solo contemplación. Ya llegará eso en la hora del cielo, donde no habrá injusticias, donde el pecado no será una realidad que los cristianos tenemos que destronar. Ahora, les decía Cristo a los apóstoles contemplativos en el Tabor, queriéndose quedar allí para siempre, bajemos, hay que trabajar” (homilía del 19 de noviembre de 1978).
Hay mucho camino que recorrer, mucho por hacer. No podemos quedarnos de brazos cruzados adelantando la gloria sin pasar por la cruz. No podemos desconectarnos de la realidad de cada día amparándonos en la “música celestial”. Con gran acierto lo expresa Luis Juanós, monje de Montserrat: “No hay cielo ni tierra prometida para los que viven en la nube de la autosatisfacción, ignorando a los demás, para los que suspiran por el cielo despreciando la tierra, y quieren llegar al cielo sin transformar el mundo rehuyendo el ruido de la vida cotidiana”.
Subamos, pues, al Tabor con Jesús para tener la experiencia de su gloria y así poder afrontar los desafíos del día a día en el duro camino hacia la cruz. Necesitamos instantes de transfiguración: contemplar su luz resplandeciente que venza nuestra mirada miope y gris. Luz que ilumine la oscuridad que a veces parece envolver la realidad y el transcurrir diario. Y luego bajar del monte, porque lo nuestro no es estar arriba sino abajo, no quedarnos en las nubes sino convivir y comprometernos con los peregrinos de la tierra (Fernando Cordero sscc).

No hay comentarios:

Publicar un comentario