La Transfiguración
Marko Ivan Rupnik, Cluj, Rumanía.
En la Diócesis de
Calahorra y La Calzada- Logroño y desde Pastoral Juvenil se viene realizando
una “peregrinación virtual” a Tierra Santa. Inicialmente pensada solo para jóvenes
de esta Diócesis, como reza el dicho “los caminos del Señor son inescrutables”,
el éxito ha sido arrollador; más de dos mil quinientos inscritos, de otras
Diócesis, de otros países, de otros continentes, sobre todo América.
En la etapa 5
llegamos al Monte Tabor, lugar donde, según la tradición, ocurrió la
Transfiguración de Jesús. Os dejo el escrito que se hizo llegar a los
“peregrinos”. Merece la pena leerlo y, sobre todo, practicarlo, y más en estos
tiempos de pandemia, donde la realidad, una vez más, ha superado a la ficción.
Para ilustrarlo, dejo un mosaico del mismo motivo localizado en la localidad de
Cluj, Rumanía; Elías, Moisés, Jesús, Juan, Pedro y Santiago aparecen de la mano
de Marko Ivan Rupnik, jesuita, sacerdote y artista famoso por sus mosaicos y
del que en la Diócesis riojana tenemos la suerte de poder contemplar su
maestría en la cripta de la concatedral de Santo Domingo de La Calzada.
DEL QUE BIEN SE
ESTÁ AQUÍ
A BAJAR CADA DÍA A
LA REALIDAD.
Ponernos
en el lugar de Jesús, en ese momento de transfiguración, de luz, de felicidad.
Y también en ese anuncio de su muerte en Jerusalén, sin quedarnos dormidos.
Podemos decir que la vida cristiana es una experiencia a dos tiempos: es un
proceso de transfiguración en el que está presente el componente de entrega, de
sufrimiento, de compromiso. Felicidad y esfuerzo, Tabor y Calvario. No podemos
potenciar solamente una de las dos dimensiones. Los seguidores de Jesús
aceptamos la vida en lo que tiene de dolor, esfuerzo, camino, pero sin añadir
más dureza a la existencia. Después de la escucha, hemos de permanecer en el
silencio ante el Misterio de lo que acontece y se desarrolla en la experiencia
propia del Pueblo de Dios.
El
santo arzobispo de El Salvador, Óscar Romero, desarrolló la sensibilidad de
escuchar a Cristo y al pueblo. Ante de hablar, escuchaba a su pueblo. Pero no
escuchó para paralizar sus opiniones, sino que las tomó en cuenta muy
seriamente. Su última carta pastoral la escribió tras hacer un proceso de
consulta con las comunidades cristianas. Así lo comenta él mismo: “Y a esto se junta la madurez de nuestra
arquidiócesis, a la cual he consultado para escribir esta carta pastoral. Yo
saludo en ustedes esa madurez, esa audacia, esa opción preferencial por los
pobres, esa riqueza de ideas que ustedes me han dado en esa consulta”
(homilía del 6 de agosto de 1979). Esta manera de proceder sigue siendo un
desafío para la Iglesia hoy, y para cualquier cristiano que vive su fe en
comunidad, en el ámbito familiar o laboral. Escuchar a los otros atentamente y
tomarlos en cuenta.
Cuando
no se toma en serio la realidad, el clamor de los pobres y la transfiguración
del pueblo, la Iglesia puede caer en la tentación de quedarse “en las nubes”.
El arzobispo Romero nos recuerda, igual que Jesús, que hay que “bajar”, para
encarnarse en los problemas del pueblo y contribuir a transfigurarlo: “Es muy bonito vivir una piedad de solo
cantos y rezos, de solo meditaciones espirituales, de solo contemplación. Ya
llegará eso en la hora del cielo, donde no habrá injusticias, donde el pecado
no será una realidad que los cristianos tenemos que destronar. Ahora, les decía
Cristo a los apóstoles contemplativos en el Tabor, queriéndose quedar allí para
siempre, bajemos, hay que trabajar” (homilía del 19 de noviembre de 1978).
Hay
mucho camino que recorrer, mucho por hacer. No podemos quedarnos de brazos
cruzados adelantando la gloria sin pasar por la cruz. No podemos desconectarnos
de la realidad de cada día amparándonos en la “música celestial”. Con gran
acierto lo expresa Luis Juanós, monje de Montserrat: “No hay cielo ni tierra prometida para los que viven en la nube de la
autosatisfacción, ignorando a los demás, para los que suspiran por el cielo
despreciando la tierra, y quieren llegar al cielo sin transformar el mundo
rehuyendo el ruido de la vida cotidiana”.
Subamos,
pues, al Tabor con Jesús para tener la experiencia de su gloria y así poder
afrontar los desafíos del día a día en el duro camino hacia la cruz.
Necesitamos instantes de transfiguración: contemplar su luz resplandeciente que
venza nuestra mirada miope y gris. Luz que ilumine la oscuridad que a veces
parece envolver la realidad y el transcurrir diario. Y luego bajar del monte,
porque lo nuestro no es estar arriba sino abajo, no quedarnos en las nubes sino
convivir y comprometernos con los peregrinos de la tierra (Fernando Cordero sscc).
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