Virgen de la Amargura.
Cofradía de Jesús en su Tercera Caída.
Ramón Abrantes, 1959. ZAMORA
Vivimos lo que
parece ser ya los primeros momentos de apertura desde el quince de marzo.
Parece que los primeros síntomas de mejoría en la pandemia, se reflejan en
cesiones por parte de los gobernantes de parte de los derechos a los que hemos
tenido que “renunciar” más o menos voluntariamente en función del bien común de
la sociedad en la que vivimos.
Uno de los aspectos
que hemos practicado durante estos días de encierro, ha sido el de la escucha. ¿Hemos escuchado o hemos oído?
La escucha atenta, seria, que nos permita discernir y plantearnos la realidad
desde una correcta perspectiva. Pablo Guerrero, sj. Nos habla de los diferentes
tipos de escucha a cuenta de la pandemia; pero no solo para tiempos
excepcionales, si no para ser receptivos a los diferentes tipos de mensajes que,
diariamente, recibimos.
Que mejor imagen
nos puede mostrar la actitud de escucha que María. María que dijo sí a Dios
cuando este se le presentó en su vida y le mostró su plan para élla; María,
“que guardaba todas esas cosas en su corazón”; María, que siguió a Jesús en la
Pasión sin acabar de comprender las razones de la misma; María que se encontró
con su Hijo en la Vía Dolorosa y lo vio cargado con la cruz; María que recibió
en sus brazos el cuerpo torturado y muerto de su Hijo; María que experimentó Pentecostés.
Imagen de la Virgen de la Amargura de la zamorana cofradía de Jesús en su
Tercera Caída, obra realizada en 1959 por el artista zamorano Ramón Abrantes
ESCUCHAR EN TIEMPOS
DE PANDEMIA.
«Los ruiseñores no se dedican a otra cosa que a cantar para alegrarnos.
No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no
hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso
es pecado matar a un ruiseñor».
(Harper Lee)
Puedo estar equivocado, pero si algo me ha ido
enseñando la vida es que, en toda relación humana, es más importante escuchar que hablar.
No se establece un diálogo mejor por el mero hecho de inundarnos de palabras.
Esto está muy claro en la oración. No es mejor oración la que se nos llena de
palabras... No deberíamos de llenar la oración de palabra «nuestra», sino de
escucha de la palabra de OTRO. En la oración, como en toda relación humana,
necesitamos una escucha que busque entender, comprender, ser consciente,
entablar y consolidar relación, caminar hacia la verdad, construir puentes…
Estamos atravesando unos tiempos que precisan de nosotros escuchar tanto a los que piensan como nosotros como a los que están en nuestras antípodas ideológicas, religiosas, culturales, etc. Son tiempos para leer más de un periódico, sintonizar más de una emisora de radio, más de una cadena de televisión, más de un sitio web… Son tiempos en los que estamos invitados y urgidos a ponernos en disposición de escucha. Pero no todo lo que llamamos escuchar lo es auténticamente. Existen, a mi juicio, al menos cuatro talantes de escucha, cuatro modos de escuchar. En verdad, solo el último merece tal nombre.
En primer lugar tenemos la escucha fundamentalista. Se trata de una escucha blindada, es la de aquel que tiene la respuesta a todas las preguntas. Su esquema mental está cerrado y es el único válido. Lo diferente es peligroso, malo, inútil, falso... No hay lugar para el cambio, para la interpretación. Los que piensan de modo diferente son herejes, heterodoxos, o peor aún, 'modernistas', o 'fachas', o 'antipatriotas', o 'vaya usted a saber qué'.
En segundo lugar podemos considerar la escucha acrítica. Es la del discípulo hacia su gurú, o la del pelotas que quiere medrar ante su superior. Se 'disuelve' la personalidad del que escucha en la del que habla (y manda). Se acata... La única actividad es incorporar el pensamiento de otro: «ya me dirá el padre, o el líder de mi partido, o mi jefe, o mi columnista favorito lo que es verdad y lo que no».
Una tercera manera es la escucha ideológica. Usamos este modo cuando escuchamos para responder, no para comprender. Significa que no estamos realmente interesados en la opinión del otro, sino en lo que le vamos a contestar; no recibimos verdaderamente lo que está diciendo; no dejamos terminar. Ya tenemos la respuesta antes del final de la pregunta...
Y, finalmente, la escucha vulnerable. Es la de quien se deja 'afectar' por lo que la otra persona dice y es... No es tanto una comunicación de «cabeza a cabeza», sino más bien de «corazón a corazón». Intento ponerme en su piel. Dejo que me llegue. [Así es la escucha en la oración, porque la comunicación de Dios es interpersonal. Es de corazón a corazón]. «Uno no comprende de veras a una persona hasta que considera las cosas desde su punto de vista... Hasta que se mete en el pellejo del otro y anda por ahí como si fuera el otro». De esta manera intentaba explicarlo Atticus Finch a su hija Scout en la inolvidable Matar a un ruiseñor.
En tiempos de pandemia sería bueno buscar lo que tenemos en común en lugar de subrayar –desayuno, comida y cena– aquello que nos separa. Nos estamos jugando demasiado personal, comunitaria, global y también eclesialmente como para permitirnos el lujo de no escucharnos.
Estamos atravesando unos tiempos que precisan de nosotros escuchar tanto a los que piensan como nosotros como a los que están en nuestras antípodas ideológicas, religiosas, culturales, etc. Son tiempos para leer más de un periódico, sintonizar más de una emisora de radio, más de una cadena de televisión, más de un sitio web… Son tiempos en los que estamos invitados y urgidos a ponernos en disposición de escucha. Pero no todo lo que llamamos escuchar lo es auténticamente. Existen, a mi juicio, al menos cuatro talantes de escucha, cuatro modos de escuchar. En verdad, solo el último merece tal nombre.
En primer lugar tenemos la escucha fundamentalista. Se trata de una escucha blindada, es la de aquel que tiene la respuesta a todas las preguntas. Su esquema mental está cerrado y es el único válido. Lo diferente es peligroso, malo, inútil, falso... No hay lugar para el cambio, para la interpretación. Los que piensan de modo diferente son herejes, heterodoxos, o peor aún, 'modernistas', o 'fachas', o 'antipatriotas', o 'vaya usted a saber qué'.
En segundo lugar podemos considerar la escucha acrítica. Es la del discípulo hacia su gurú, o la del pelotas que quiere medrar ante su superior. Se 'disuelve' la personalidad del que escucha en la del que habla (y manda). Se acata... La única actividad es incorporar el pensamiento de otro: «ya me dirá el padre, o el líder de mi partido, o mi jefe, o mi columnista favorito lo que es verdad y lo que no».
Una tercera manera es la escucha ideológica. Usamos este modo cuando escuchamos para responder, no para comprender. Significa que no estamos realmente interesados en la opinión del otro, sino en lo que le vamos a contestar; no recibimos verdaderamente lo que está diciendo; no dejamos terminar. Ya tenemos la respuesta antes del final de la pregunta...
Y, finalmente, la escucha vulnerable. Es la de quien se deja 'afectar' por lo que la otra persona dice y es... No es tanto una comunicación de «cabeza a cabeza», sino más bien de «corazón a corazón». Intento ponerme en su piel. Dejo que me llegue. [Así es la escucha en la oración, porque la comunicación de Dios es interpersonal. Es de corazón a corazón]. «Uno no comprende de veras a una persona hasta que considera las cosas desde su punto de vista... Hasta que se mete en el pellejo del otro y anda por ahí como si fuera el otro». De esta manera intentaba explicarlo Atticus Finch a su hija Scout en la inolvidable Matar a un ruiseñor.
En tiempos de pandemia sería bueno buscar lo que tenemos en común en lugar de subrayar –desayuno, comida y cena– aquello que nos separa. Nos estamos jugando demasiado personal, comunitaria, global y también eclesialmente como para permitirnos el lujo de no escucharnos.
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