sábado, 2 de mayo de 2020

CORONAVIRUS: TUVO UNA FAMILIA.

Paso del Encuentro, obra de Quintín
de Torre y Berástegui para la Semana Santa logroñesa.
 

Con el paso del tiempo cerrado en casa, saliendo a la calle lo imprescindible para el trabajo, las compras básicas y nada más, el papel de la familia, para los que tenemos la suerte de poder “disfrutar” la pandemia con nuestros seres queridos, cobra una mayor importancia. De repente y casi sin saber cómo (lo sabemos, pero mejor lo dejamos para otro rato), nos encontramos con una convivencia de más de cuarenta días todos juntos. También recordamos a las personas, como padres o abuelos que, por desgracia, pasan la pandemia en soledad. Todo cambia, todo gira, pero, en el fondo, al final queda la familia, Iglesia doméstica, donde desarrollamos todos y cada uno, nuestra vida. Con nuestros esposos, hijos, comunidad, parejas, etc.
Dani Cuesta,sj, nos acerca a la familia de Nazareth, la Sagrada Familia. Pero con una visión un tanto diferente a lo que estamos acostumbrados. Merece la pena leer las líneas que le dedica; nos descubre “otra” Sagrada Familia, más normal, más como nosotros, donde las personas, junto a Dios, son lo más importante.
Para ello dejo la foto de Luis Gárriz Cano de la magnífica obra gubiada por Quintín de Torre y Berástegui para la Semana Santa logroñesa y que ya se ha asomado a esta sección del Coronavirus. Cómo tuvieron que vivir los dos, madre e hijo, el terrible momento de encontrarse en la calle, mientras uno caminaba al patíbulo con la cruz a cuestas y la madre sin más y sabiendo el desenlace, lo acompañaba.
TUVO UNA FAMILIA.
A veces las imágenes de la Sagrada Familia nos hacen entenderla de una manera fría, solemne y distante. Sin embargo, no debemos olvidar que Jesús tuvo una familia y en ella vivió muchas de las cosas que nosotros hemos vivido en las nuestras.
Jesús necesitó que José y María le arrullaran para dormirse y le cambiaran los pañales. Creció en un hogar marcado por la pobreza y por el amor. Vio cómo José se desvivía entre mil trabajos para poder traer algo de dinero a casa y padeció la estrechez económica de no poder llegar a fin de mes. Ayudó a su madre, María, a amasar el pan, a lavar la ropa y a limpiar la casa, aprendiendo de ella el amor por la sencillez y el trabajo callado y escondido. Recibió el amor que sobre él derramaron José y María y vio como ellos se amaban el uno al otro, valorándose y perdonándose mutuamente. Seguramente también pasó temporadas con sus abuelos, a quienes se les caería la baba con su nieto, le querrían con locura e incluso le malcriarían.
Junto a sus padres, asistió a las fiestas de su pueblo y de su familia. Conocemos solo las bodas de Caná, pero ese ejemplo basta para saber que quería a sus familiares y se desplazaba hasta donde ellos residían para celebrar con ellos las alegrías de la vida. Jesús celebraría con ellos bodas, nacimientos, cumpleaños y fiestas, y quizá muchas de ellas le inspiraron para explicar que el Reino de Dios se asemeja a una gran fiesta llena de invitados.
Jesús también compartiría las penas y tristezas de la vida en familia. Las penurias económicas de los suyos, las enfermedades de los parientes cercanos, la muerte de sus familiares (sentiría especialmente el dolor de la pérdida de José). Jesús velaría en familia a los difuntos, abrazaría a las viudas, viudos y huérfanos y lloraría con ellos, ayudaría a enterrar a los muertos y rogaría a Dios por ellos.
Sí, en definitiva Jesús tuvo una familia y, apasionado y profundo como era, viviría plenamente en ella el amor que nosotros experimentamos en las nuestras. Precisamente por ello, porque su presencia hizo que todo fuera pleno en el amor, los creyentes encontramos en la Sagrada Familia de Nazaret el modelo y el ideal de todas las familias cristianas.

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