Entrada de Jesús en Jerusalén
Paso atribuido a Francisco Girate
1545 Valladolid.
Siguiendo con las
fases de desescalada de la pandemia o supuesta pandemia para algunos, que
haberlos, haylos que piensan así, reflexionando sobre todo el tiempo que
supuestamente hemos podido tener libre y las actividades que supuestamente
también pudiéramos haber realizado, está una que, desde mi humilde opinión,
debiera ser fundamental para toda persona, y es la lectura. Y ahora no me estoy
refiriendo a la Palabra, con mayúscula que nos trae la Biblia, quizá el libro
más importante de la historia del mundo donde Dios, a través de un buen puñado
de personas, nos transmite su mensaje y la idea que Él tiene para el hombre.
La lectura, de
cualquier libro, siempre ayuda; como dice Daniel Pennac, el lector, no podía
ser de otra manera en el mundo en que vivimos, también tiene derechos. Diez,
según el escritor francés. Derecho a no leer, a saltarse las páginas, a no
terminar un libro, a releer, a leer cualquier cosa, al bovarismo, a leer en
cualquier lugar, a hojear, a leer en voz alta y a callarnos. Dejo un escrito de
José María Rodríguez Olaizola, sj, de pastoralsj.org acerca del papel de las librerías en nuestra
sociedad. Y, sobre todo, del papel de la lectura como elemento formativo de
todas las personas. Destaca el autor que, los sistemas totalitarios, lo primero
que hacen es prohibir libros.
Como ejemplo dejo
una foto del paso más antiguo que procesiona en la ciudad de Valladolid. Se
trata de la Entrada de Jesús en Jerusalén, paso datado en 1545 y atribuido a
Francisco Giralte, palentino y seguidor de Alonso Berruguete. Realizado
mediante la técnica del papelón, nos lleva al modo de plasmar la muerte y
resurrección de Cristo en los primeros pasos.
DE LIBRERÍAS Y
RESISTENCIAS.
He
vuelto a una ciudad que no visitaba desde hace muchos años. He empezado a pasear
por calles familiares. Muchas cosas han cambiado, y otras permanecen. Los
cambios indican vitalidad, evolución, marcan el paso del tiempo. Están bien. Se
abren unos negocios y se cierran otros. Algunos trayectos hay que hacerlos
ahora por otras calles. La permanencia también tiene valor. Da seguridad,
permite reconocer los lugares comunes… y volver a tomar un café en un lugar
familiar tiene algo de regreso al hogar.
Pero, en medio de este camino evocador, caí en la cuenta de algo que me llenó de inquietud. Estaba en el centro –estoy hablando de una gran ciudad–. Un área abarrotada de gente. Había muchas tiendas de alimentación, de moda, de tecnología… pero, ¡han desaparecido casi todas las librerías! Las grandes, y las pequeñas. Al pensarlo, me dije: «quizás estás exagerando». Entonces busqué a través de Google Maps. Efectivamente, no había librerías cerca. La más cercana, a 25 minutos caminando. Hasta allá me fui. Una librería bonita. Tres pisos. Los libros, ordenados con un criterio temático. Bastante gente dentro, ojeando (que es echar un ojo) y hojeando (que es pasar las páginas) libros. El que estaba a cargo, se veía que controlaba y aconsejaba. Me pareció como una isla en medio de una sociedad que va acelerada.
Pero, en medio de este camino evocador, caí en la cuenta de algo que me llenó de inquietud. Estaba en el centro –estoy hablando de una gran ciudad–. Un área abarrotada de gente. Había muchas tiendas de alimentación, de moda, de tecnología… pero, ¡han desaparecido casi todas las librerías! Las grandes, y las pequeñas. Al pensarlo, me dije: «quizás estás exagerando». Entonces busqué a través de Google Maps. Efectivamente, no había librerías cerca. La más cercana, a 25 minutos caminando. Hasta allá me fui. Una librería bonita. Tres pisos. Los libros, ordenados con un criterio temático. Bastante gente dentro, ojeando (que es echar un ojo) y hojeando (que es pasar las páginas) libros. El que estaba a cargo, se veía que controlaba y aconsejaba. Me pareció como una isla en medio de una sociedad que va acelerada.
Después
pensé que en mis lugares habituales el mismo proceso se ha producido, solo que
al ser día a día no lo noto tanto y sigo teniendo rincones donde sumergirme
entre los libros. He buscado datos. Es difícil extraer conclusiones. Depende
del tiempo que abarque la medición se habla de disminución o de aumento. Por
ejemplo, se dice que –en España– por primera vez tras bastantes años de
declive, aumentan ahora las librerías independientes. Por otra, que
disminuye su facturación. Y sin duda, crece la venta online de libros
(más de papel que electrónicos en todo caso).
Lo
que sé es que esto me ha hecho pensar. Una librería es un lugar
necesario. Porque es donde puedes buscar –incluso sin saber bien
qué buscas–. Puedes curiosear, y cuando algo te llama la atención, fijarte un
poco más, leer el índice, asomarte a un fragmento, y quizás entonces llevarte
el libro. No tienes que ir a tiro fijo, y aunque haya un escaparate donde el
librero expone lo que considera más destacado, en cuanto estás dentro tú ya
puedes abstraerte y pasar tiempo buscando a tu aire. Mi experiencia es que
internet no te permite eso. No con la misma seguridad. No con la misma
capacidad de descubrir sorpresas en las palabras prestadas.
Y
aún más. Los libros son necesarios en una sociedad que se mueve
a golpe de titulares. Nos hacen pensar. Nos dan profundidad. Nos permiten
tomarnos tiempo para no estar reaccionando a cada estímulo con una velocidad
contraproducente. Que no dejemos de leer. Ensayos. Novelas.
Estudios críticos. Libros de política, de economía, de historia, de espiritualidad.
Ficción o realidad. Que no dejemos de cultivar la imaginación tratando de
convertir las palabras en escenas.
Cuando
los totalitarismos querían imponer pensamientos únicos quemaban libros. Ahora
nos entretienen.
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