En
la foto se ve a cuatro cofrades nazarenos infantiles, el Domingo de Ramos del
año 1974 delante del paso de la Entrada de Jesús en Jerusalén. Se encuentra en
la puerta de la concatedral de Santa María de La Redonda. Como dato curioso,
las andas se usaban por tercera vez, ya que fueron adquiridas en el año 1972
por la Hermandad de la Pasión y el Santo Entierro. En las varas de carga se ven
los hábitos de los cofrades que la portaban. Aquel año, dice la prensa, “saldrá
de la Catedral. Subirá por Sagasta hasta el Espolón, le dará la vuelta completa
y bajará por Muro del Carmen, Portales, hasta la Redonda. Seguidamente se
celebrará misa en la catedral”. Posteriormente, se procesionaba hasta la
Enseñanza, haciéndolo por Portales, Muro de Cervantes, General Franco (hoy
Avenida de la Paz), Capitán Gaona hasta el colegio de la Compañía de María.
Los
cofrades infantiles son, de izquierda a derecha, José Manuel Ugarte, Eugenio
Ugarte, Francisco Ezquerro y Juan Ugarte. Todos ellos pasarían, posteriormente,
a formar parte de la banda de tambores y cornetas de la cofradía.
Siempre
se ha tenido la celebración de Domingo de Ramos como una procesión infantil y así se ha explicado. Nada más lejos
de la realidad. La simbología del paso es totalmente diferente. Que Jesús entre en
un pollino no es casual. Siguiendo a Benedicto XVI, “el borrico atado hace referencia
al que tiene que venir, al cual los pueblos deben obediencia”. Cuando ponen los
mantos los discípulos sobre el borrico estarán representando “un gesto de
entronización en la tradición de la realidad davídica y, así, también en la
esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella”. De este modo hay
que entender también el hecho de tirar las palmas al suelo, ya que los
peregrinos, los que acompañan a Jesús, realizan la proclamación mesiánica
“Hosana, bendito el que viene en nombre del Señor”.
Finalmente,
decir que la gente que le aclama no son los habitantes de Jerusalén; “la escena
del homenaje mesiánico a Jesús tuvo lugar al entrar en la ciudad, y que sus
protagonistas no fueron los habitantes de Jerusalén, sino los que acompañaban a
Jesús entrando con Él en la Ciudad Santa….La multitud que homenajea a Jesús en
la periferia de la ciudad no es la misma que pediría después su crucifixión”.
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