En
el libro que muchos jóvenes de mi época, allá a principio de los 80 del pasado
siglo, intentábamos buscar ayuda para encontrar a Dios, he encontrado una carta
de una madre, titulada “Cristo me da la vida”. Os la dejo, para que la
saboreéis y os ayude, un poco, a sobrellevar esta nueva situación que estamos
viviendo. La imagen es la decimoquinta estación del Vía Crucis, la Resurrección
de Cristo, obra de Jerzy Duda Gracz para el santuario de Jasna Gora, Czestochowa,
Polonia.
Cristo me da la vida.
“Para
mí, que soy madre de familia, creo que Cristo es, en primer lugar, el que da la
vida. Tengo cuatro hijos y en cada uno de los nacimientos quedé deslumbrada por
la maravilla de la vida. Así, Cristo es la vida, la vida siempre nueva, siempre
renovada, desbordante de esperanza. “Yo soy la vida. He venido para que tengáis
vida”. ¡Si estuviéramos más persuadidos…! Sé también que un nacimiento no puede
tener lugar sin paciencia, sin espera, sin desprendimiento, sin dolor, y me
digo que la vida que Cristo me da, en la que debo creer en fe y en fidelidad,
no se revelará plenamente sino al término, es decir, tras prolongado tiempo de
búsqueda, oscuridad, duda, monotonía, desprendimiento. Sólo permanece la
certeza y, por ello, la esperanza”.
Una madre de familia.
En
Lodi, Patxi; Regal, Manuel; Ulibarri, Florentino. “Gritos y Plegarias”, Ed.
Española Desclee de Brouwer, Bilbao, 11ª edición, 1988, pág. 431.
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