Cristo de las Ánimas de Arnao de Bruselas
Foto: Luis Gárriz Cano
Hoy dejo un escrito sobre el amor; pero no
cualquier amor, no; como indica el título, el amor en tiempos de coronavirus.
Elisa Orbañanos, de pastoralsj.org, nos deja un impresionante relato de la
sencillez y, a la vez, la dificultad, del concepto de amor y de su práctica.
Sin más, sencillo, al corazón, y, sobre todo, a la cabeza. Lo acompaño con otra
foto de Luis Gárriz Cano; que mejor muestra de amor que la entrega total y
absoluta de Jesús en la cruz, torturado, crucificado y muerto por todos y cada
uno los hombres. Y qué mejor muestra que la obra salida de la mano de Arnao de
Bruselas que, cada año, la Cofradía del Santo Cristo de las Ánimas procesiona
por las calles logroñesas para pasmo y sorpresa de todos y cada uno de los que
lo ven, aunque no sea la primera vez que lo hacen.
EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS.
En tiempos de incertidumbre, cuando nos
encontramos frente a frente con el dolor, lo desconocido y la falta de
respuestas, el instinto nos repliega. El miedo nos paraliza, no nos deja ver la
luz al final del túnel y muchas veces, de forma natural, respondemos con
egoísmo, negando, rechazando o queriendo solamente volver a nuestras
seguridades.
Por suerte, en otras muchas ocasiones, nos sobreponemos y nos agarramos a la esperanza, reaccionando con creatividad y agradecimiento. Y en estos días, son muchas las muestras y muchos más los gestos que agradecer a tantos y tantas. Hay vecinas ejemplares, artistas en los balcones, personal entregado al servicio público e historias heroicas. Hay plataformas de voluntariado a las que recurrir y desde las que ponernos a disposición.
Pero cuando aterrizamos en lo ordinario, en lo duro del confinamiento, las soledades, las distancias, los silencios, las oscuridades, los miedos… Cuando no hablamos de cifras, sino de nombres y rostros, de nosotros. Ahí es donde nos toca reinventar las formas de sanar, las maneras de estar juntos. Ahí es cuando es más necesario, como reza la oración, «encontrar a Dios». En definitiva: amar.
Por suerte, en otras muchas ocasiones, nos sobreponemos y nos agarramos a la esperanza, reaccionando con creatividad y agradecimiento. Y en estos días, son muchas las muestras y muchos más los gestos que agradecer a tantos y tantas. Hay vecinas ejemplares, artistas en los balcones, personal entregado al servicio público e historias heroicas. Hay plataformas de voluntariado a las que recurrir y desde las que ponernos a disposición.
Pero cuando aterrizamos en lo ordinario, en lo duro del confinamiento, las soledades, las distancias, los silencios, las oscuridades, los miedos… Cuando no hablamos de cifras, sino de nombres y rostros, de nosotros. Ahí es donde nos toca reinventar las formas de sanar, las maneras de estar juntos. Ahí es cuando es más necesario, como reza la oración, «encontrar a Dios». En definitiva: amar.
El amor en los tiempos del coronavirus
pasa, primero, por renunciar.
Por quedarse en casa para proteger al otro. Y el amor en casa
es el de las pequeñas cosas: es leer por enésima vez ese cuento, es
preparar su plato preferido, es bailar esa canción, es compartir tareas, es
cumplir honradamente, aunque no me vean y avanzar ese trabajo que te mata de
pereza, pero sabes que va a aligerar el trabajo de tus compañeros.
Amar entre cuatro paredes es también
amarse a uno mismo, que a
veces nos perdemos de vista. Parar y mirarnos por dentro, además de por fuera.
Es permitirnos llorar y tener miedo, pero también reír. Es dedicar tiempo a ese
dolor enquistado, a ese perdón. Es recuperar esa pasión dejada de lado,
ponernos con aquel libro que nunca tuvimos tiempo de leer. Es repensar,
revisar, desafiarnos y agradecernos.
Pero amar en estos tiempos
inciertos es, sobre todo, ser valiente. Que eso no supone –solamente-
dejarlo todo y salir corriendo detrás de nuestro sueño. Porque el amor
profundo, visceral, radical, no es el de las películas, sino el de la entrega.
Dejarse tocar por Dios y amar, AMAR en mayúsculas, en medio del temor, es tener el coraje de sacar esa conversación. Es levantar el teléfono y hacer esa llamada pendiente. Es asumir debilidades, reconocer sentimientos y aprovechar la intemperie para arriesgar. Es tomar decisiones. Es empezar, retomar, redescubrir y redescubrirse ante Dios.
Dejarse tocar por Dios y amar, AMAR en mayúsculas, en medio del temor, es tener el coraje de sacar esa conversación. Es levantar el teléfono y hacer esa llamada pendiente. Es asumir debilidades, reconocer sentimientos y aprovechar la intemperie para arriesgar. Es tomar decisiones. Es empezar, retomar, redescubrir y redescubrirse ante Dios.
Es atreverse a propagar el Evangelio
–la reconciliación, el perdón, el encuentro, la alegría y la esperanza–, como
forma de luchar contra el virus del miedo.
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