Hermanos Cofrades de la Cofradía logroñesa de la
Flagelación de Jesús, en la calle Portales de Logroño
un Viernes Santo en la procesión del Santo Entierro.
En estos tiempos Hablar de Dios es difícil.
Complicado. Y los cofrades lo hacemos todos los años durante una semana, a
pecho descubierto, con nuestras túnicas, nuestras medallas, nuestra música y,
sobre todo, con nuestros pasos. Os dejo una reflexión de Sergio Gadea, sj,
acompañado de unos hermanos de la cofradía de la Flagelación de Jesús en la
calle Portales de Logroño un Viernes Santo en la procesión del Santo Entierro.
DAR VOZ AL DIOS ARRINCONADO.
“En estos tiempos (como en otros) conviene arriesgarse
a hablar de Dios. Me fijo en san Pablo y su discurso ante la estatua al Dios
desconocido en Atenas, presentando a un Dios que habita en los anhelos de
sentido. Para captar mejor su arrojo sirve, por ejemplo, imaginarse a uno mismo
entrando en una gran librería, poniéndose delante de la estantería de los
libros de autoayuda y arrancándose a hablar del sentido verdadero de la vida
que se ha descubierto en la fe…
Resulta difícil imaginarse esta escena,
posiblemente, por dos razones. Una razón objetiva tiene que ver con el
contexto. Los griegos creían en una amalgama de deidades y espíritus y la
trascendencia no les era ajena, mientras que hoy esa dimensión aparece más
difuminada. La parte subjetiva es que preferimos reservarle un espacio a Dios
en nuestra intimidad y, como mucho, hablamos de ello en nuestros grupos y
comunidades, pero nos autoimponemos no hablar de Dios en público: por miedo a
ser rechazados, por evitar posibles discusiones, porque no nos encasillen o nos
exijan un comportamiento ejemplar. Y al final, acabamos escondiendo, incluso,
que los domingos vamos a misa.
Que hoy sea más difícil hablar de Dios que en
el siglo I es un hecho. Los griegos tenían preguntas y Pablo vino a ofrecerles
una respuesta. La impresión hoy es que la gente a nuestro alrededor ni siquiera
se ha planteado la pregunta. Para los atenienses era natural la dimensión
trascendente de la vida. Pero de muchos hoy se podría decir que no aparece en
su 'mapa': en la variedad de proyectos y aspiraciones de mucha gente no parece
haber lugar para ningún Dios que venga a llenar de sentido. ¿De qué nos sirve,
pues, hablar de Él en según qué sitios?
Sin embargo, la indiferencia o la hostilidad
de un entorno no tiene por qué implicar autolimitarnos el deseo de compartir la
Buena Noticia. Con la fe viene algo del arrojo de san Pablo: hay que salir al
mundo a hablar de lo bueno. Probablemente sin grandes discursos ante una
estantería, pero sí con el testimonio de nuestra vida que no esconde nada y no
tiene miedo a la pregunta curiosa, al comentario jocoso o a la crítica mordaz.
Quien sabe: quizás consigamos plantear la
pregunta que aún está por hacerse o señalemos una zona del mapa que está por
explorar. Puede, incluso, que ofrezcamos una respuesta cuando muchos prejuicios
caigan. Desde luego, pagando el precio a veces de la sorpresa que causamos en
los otros. Pero si nos callamos la importancia del nombre de Dios en nuestra
vida, ¿quién podrá poner nombre a ese anhelo desconocido?”
Sergio Gadea, s.j.
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