Portadores del paso de María Magdalena
Viernes Santo 2008. Foto: Luis Gárriz Cano.
De sacrificio, decisiones y costes
de oportunidad
En este tiempo en que
nos hemos tenido que quedar cerrados en casa y donde nuestro mundo y nuestra
manera de entender la vida cambia de la noche a la mañana por un pequeño y casi
insignificante virus, traigo este escrito recogido de pastoralsj.org, donde se
habla del concepto de “sacrificio”; viene muy bien para intentar buscar un
sentido a lo que nos estamos obligados a hacer. Merece la pena su lectura. Qué
mejor imagen para mostrar el sacrificio que unos anónimos portadores de un paso
de la Semana Santa logroñesa. En este caso, estos portadores serán los pies de
María Magdalena, imagen titular de la logroñesa cofradía de “las penitentas”.
“Los economistas
hablan del coste de oportunidad para referirse al valor de la mejor
opción no realizada. El término fue acuñado en 1914 y desde entonces se ha
popularizado fuera del ámbito académico de la economía. En un sentido
coloquial, el concepto se refiere también a aquello de lo que alguien se priva
o renuncia cuando hace una elección o toma una decisión. La renuncia se
justifica por el mayor valor de la opción escogida.
Cualquier decisión que
tomemos, por pequeña e irrelevante que parezca, tendría un coste de oportunidad.
Por ejemplo, ir de vacaciones a un lugar excluye la posibilidad de conocer
otros muchos. Aprender a tocar bien el piano suele hacer muy difícil llegar a
dominar el violín. Elegir una carrera implica casi siempre renunciar a otra
opción profesional que también interesaba.
En definitiva, una
decisión excluye siempre otras tiene un coste. La mayoría de ellos, sin
embargo, pasan desapercibidos y ni siquiera los formulamos en esos términos.
En el ámbito religioso
el neologismo no se usa. Pero hay un concepto parecido: el sacrificio. Un
sacrificio implica una transferencia de valor entre aquello a lo que se
renuncia y aquello que pretende conseguirse. Un ejemplo extremo es el de los
sacrificios humanos de las religiones del mundo antiguo. En estos ritos, la
sangre de la víctima aplacaba la ira de los dioses, sacrificándose así un gran
valor –el de la vida humana– por otro aún mayor: el restablecimiento del orden
cósmico.
Con el paso del
tiempo, estos sacrificios se simplificaron, rechazándose la dimensión cruel y
'sangrienta'. El elemento material perdió fuerza progresivamente, dando paso a
una concepción más mística. Uno de los mejores ejemplos de este proceso de
'desmaterialización' sería la eucaristía, recuerdo espiritual del sacrificio
pascual de Cristo.
El término sacrificio,
sin embargo, resulta cada vez más extraño en nuestra cultura, llegando incluso
a generar un abierto rechazo. La razón principal es que se ha identificado
exclusivamente con la negación de la libertad y la autonomía personal –valores
sacrosantos– asociándose exclusivamente a opciones de vida heroicas
difícilmente imitables (en el mejor de los casos) o a peligrosas patologías y
deformaciones religiosas (en el peor de ellos).
Pero a pesar de las
connotaciones históricas y los prejuicios culturales que arrastra la palabra
'sacrificio', la realidad a la que apunta es consustancial a todo lo que
hacemos. En ámbitos como el deporte, la música, la investigación o la familia,
la dinámica sacrificial se hace evidente e inevitable. Ser un buen atleta,
adquirir destrezas, aprender a tocar un instrumento o formar una familia
conlleva innumerables renuncias que, paradójicamente, no son formuladas en
términos sacrificiales, sino como una opción libre que permite alcanzar un bien
mayor.
La palabra sacrificio
proviene del latín sacre (sagrado) y facere (hacer); sacrificar
significa, literalmente, hacer sagrado. Un sacrificio es aquello que convierte
una realidad en sagrada. El sacrificio, por tanto, no es una negación de la
libertad, sino un modo de ejercerla de forma plena. El sacrificio, bien
entendido, no es un coste. Es una oportunidad.”
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