El término Vía Crucis procede
del latín y significa Camino de la Cruz. Con él, nos referimos al camino que, cargado con la cruz, realizó
Jesús desde el Pretorio de Pilato hasta el monte Calvario; además, recuerda
desde que fue clavado en la cruz hasta ser colocado en el sepulcro. Se
desarrolla a través de catorce paradas o estaciones donde se rememoran los
momentos más importantes anteriormente señalados.
Para encontrar su origen habrá
que trasladarse a la Jerusalén de los primeros años del cristianismo, donde se
empezará a recordar los momentos más importantes de la Pasión de Jesús. La Vía Dolorosa se irá formando poco a poco,
para quedarse definitivamente instaurada tanto en el espacio físico
jerosimilitano como en la tradición cristiana que se extendió más allá de las
fronteras del actual estado de Israel. El Vía Crucis llegó a convertirse en
destino y objetivo de múltiples peregrinos desde los primeros siglos de
existencia del cristianismo. Tenemos el relato de la española Etheria que, en
el siglo IV, concretamente entre los años 381 y 384, realizó un viaje a la
actual Tierra Santa manteniendo correspondencia con su lugar de origen donde
detallaba como se vivía la Semana Santa en aquella época en Jerusalén.
Sello conmemorativo de la peregrinación de Etheria
La división en estaciones comienza en el siglo X, desarrollándose sobre todo a partir de los siglos XII y XIII. Las estaciones quedan definitivamente fijadas en el siglo XIV, se realizan las paradas correspondientes y se denominan definitivamente como estaciones. No todas tienen referencia en los Evangelios. Por ejemplo, la Verónica; esta estación aparece por el deseo expreso de tener un retrato verdadero de Cristo, unido al teológico debate sobre la belleza o fealdad de Cristo. La Vera Icona, o verdadero rostro, se convirtió casi en una obsesión. Aparece la historia del retrato del Rey Abgar de Edesa, o el relato de Berenice, los dos hechos por impresión directa del rostro de Cristo en un lienzo. Posteriormente, se modificará y se adaptará al camino del Calvario.
Vía Crucis Viernes Santo por la mañana en Arnedo
En 1422 Juan Palomer cita cinco
estaciones: el Pretorio, el Encuentro, las mujeres de Jerusalén, el Cirineo y
un descanso de Jesús, estación que apareció y ser mantuvo durante unos cuantos
siglos. Posteriormente a esta fecha, se añadirá la anteriormente reseñada de la
Verónica. A finales del siglo XV, Félix
Fabri añade la segunda caída y las que tienen lugar en el Calvario,
separándolas y dándoles estatus individual a cada una de ellas.
La dificultad de poder llegar a
Jerusalén tanto por distancia como por el coste del desplazamiento, a la vez
que las dificultades de comunicaciones,
tras la caída del imperio romano o el desarrollo de las invasiones musulmanas,
hicieron prácticamente imposible el acceso a la ciudad donde Jesús murió. Desde
ese momento, a partir del siglo VII, se
exporta el modelo a Europa y aparecen las primeras estaciones del Vía Crucis en
diversos templos de occidente, primero en algunos específicamente y,
posteriormente, en cada diócesis. Seguramente los responsables de la implantación
del Vía Crucis serán los franciscanos ya
que es en el siglo XIV, concretamente en 1342, cuando se les concedió la
custodia de los lugares más sagrados del cristianismo en la ciudad
jerosimilitana.
No se tiene clara la conciencia
de cómo se realizaba el Vía Crucis, ya que hay testimonios de su celebración en
orden inverso al actual, partiendo del Calvario y acabando en el Pretorio.
La persona que más popularizó el
Vía Crucis será el alemán Martin Ketzel, a finales del siglo XV; comerciante
alemán, viajó a Tierra Santa y quedó tan impresionado que, a su vuelta, ordenó
la construcción de siete estatuas de algunas estaciones; concretamente el
encuentro con María, el Cirineo, el encuentro con las mujeres piadosas, la
Verónica, una caída de Jesús extenuado, la Crucifixión, el Descendimiento y
Jesús difunto en los brazos de su Madre. Al principio se ponían en lugares
públicos para acabar en los templos. Tal fue su éxito que se hicieron muchas
copias y se expandieron por toda Europa
occidental.
Vía Crucis de la Juventud, Logroño.
Desde la época moderna,
el Vía Crucis se extiende por todo el mundo, siendo potenciado por diversos
sucesores de Pedro en la silla papal. Inocencio XI, en 1686, concede a los
franciscanos el poder erigir en sus iglesias estaciones del Vía Crucis,
pudiendo ganar las indulgencias previstas a los visitantes de Tierra Santa si
realizaban el Vía Crucis en los templos franciscanos tan solo los
pertenecientes a la orden. Benedicto XIII, en 1694, lo extiende a todos los
fieles que lo realicen en el templo franciscano. Será Clemente XII quién en
1731 fije las catorce estaciones que conocemos hoy.
La última reforma tiene
lugar en 1991, por el Papa Juan Pablo II quién, en el Vía Crucis de ese año en
el Coliseo, inauguró unas estaciones todas ellas con presencia evangélica, haciendo
que desaparezcan algunas basadas en la tradición popular como la Verónica.
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