lunes, 27 de abril de 2020

CORONAVIRUS: COMPROMETERSE.

La Piedad, Viernes Santo Logroño,
finales de los 70 del siglo XX
 
 
Esta vez, siguiendo en pleno confinamiento, nos acercamos a una palabra muy usada a día de hoy en todos los rincones de nuestra sociedad y que, por lo que dicen, no parece tener mucho predicamento. El compromiso. Estos últimos meses hemos asistido a como mucha gente, comprometida en el cuidado de los enfermos, ya no está con nosotros. Como sanitarios, principalmente, han fallecido en el cumplimiento de su trabajo por compromiso con ellos mismos, con la sociedad y, sobre todo, con los enfermos.
Fonfo Alonso, sj, nos habla del compromiso que supone el deporte; la rutina, la perseverancia, cosas que muchas veces, visto solo desde el punto de vista del deporte de élite, no se ve como lo que verdaderamente es. Solo hay que darse una vuelta por los campos del deporte aficionado para contemplarlo mucho más cerca de nosotros de lo que creemos.
Me permito dejar una foto, para ilustrar el tema del paso de la Piedad un Viernes Santo de principios de los años 70 en la procesión del Santo Entierro, como ejemplo de compromiso. Sin esos cofrades que solo se juntaban el Jueves Santo por la tarde, montaban el paso, lo procesionaban el Viernes Santo y, prácticamente, no se volvían a ver hasta la siguiente Semana Santa, sin esos cofrades hoy, en Logroño, seguramente, no existiría la cofradía del mismo nombre.
COMPROMETERSE
El Papa Francisco denuncia frecuentemente la «cultura de usar y tirar», indicando la dificultad actual de cualquier compromiso duradero. Frente a ella, el deporte nos enseña que vale la pena comprometerse con desafíos a largo plazo, dado que la verdadera felicidad y lo que da sentido auténtico a la vida es elegir las causas por las que pelear, los objetivos por los que trabajar, los sueños que perseguir, el horizonte hacia el que caminar… en definitiva: los proyectos en los que se fundamenta la vida.
«Nadie puede estar al servicio de dos señores, pues odiará a uno y amará al otro o apreciará a uno y despreciará al otro» (Mt 6, 24). Es que en la vida no se puede querer todo sino que toca elegir. Y tratar de vivir con deportividad aspirando a dicha felicidad implica, como toda vocación, abrir algunas puertas cerrando otras. Supone elegir de qué equipo se quiere hacer parte, y dicha elección exige un compromiso serio con ella misma. Ahí es donde el deporte se puede convertir en escuela porque enseña, en primer lugar, a elegir entre fines y objetivos a los que se aspira, aceptando que es necesario optar para no correr el riesgo de acabar sin tener nada auténtico. Y, en segundo lugar, enseña a luchar por aquello que se escogió orientando el tiempo y las preocupaciones para avanzar hacia ello.
Vivir un compromiso –en el deporte o en la vida– también implica aceptar dos realidades complementarias: la rutina y la perseverancia. La rutina del deporte supone entrenar y repetir una y otra vez gestos, jugadas y competiciones, para ir mejorando física y técnicamente. Aceptar la rutina de la vida pide aprender a valorar lo cotidiano frente a la novedad urgente o el estar a la última. Porque la felicidad goza con lo nuevo pero sabe acoger y aceptar lo que la vida tiene de anodino y repetitivo.
Y la perseverancia porque se hace imprescindible para sobrellevar los malos momentos como son las lesiones o épocas de malos resultados. Perseverar es no escuchar esa voz que nos susurra que no tiene sentido ni merece la pena seguir apostando por aquello que se eligió, es la voz que nos pide desistir y arrojar la toalla prometiéndonos una paz ficticia. Vivir con deportividad es aprender a perseguir las metas escogidas en el día a día, sin huir de las incertidumbres y desafíos que se presentan. Sin duda, la vida se parece más a una maratón que a una carrera de velocidad, pues toca pasar por muchas etapas y algunas muy difíciles de superar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario