martes, 14 de abril de 2020

CORONAVIRUS: EN MI DEBILIDAD

Cristo de las Siete Palabras
Viernes Santo, Logroño.
 
 

Una de los aspectos que estamos descubriendo en esta pandemia es nuestra debilidad; estos días, en la rara Semana Santa en casa que hemos vivido, nos hemos hartado de escuchar cosas como “nos creemos los amos del mundo y un virus microscópico y casi invisible nos hace darnos cuenta de nuestra pequeñez”, “nos hemos creído dioses y somos barro”, llegando hasta oír decir a alguno de nuestros “supuestos” pastores, eso de que “Dios castiga al mundo por el pecado del hombre”.
Ante todo esto quizá lo más importante sea aprovechar esa debilidad que se nos hace presente para aceptarla, interiorizarla y hacer de ella un potencial en cada uno de nosotros. Todo ello será más fácil si nos dejamos acompañar; y más si tratamos de descubrir a Dios; si le dejamos entrar en nuestra vida y, sobre todo, formar parte de ella. Así lo escribe Borja Iturbe en pastoralsj.org. Y qué imagen puede mostrar la debilidad no ya del hombre sino del mismo Dios, que Jesús colgado del madero pronunciando las siete palabras? Dejo una foto del paso titular de la cofradía homónima logroñesa, viendo al mismo Dios padecer la debilidad, soledad y tormento igual que cualquier hombre, igual que cualquiera de nosotros.
EN MI DEBILIDAD.
Soy débil. Somos débiles. Somos limitados, pecadores, limitadas, pecadoras. En todo tiempo tropezamos, chocamos con nuestros temores, depresiones, tristezas, achaques. Tropezamos y caemos. Caemos y deseamos no levantar sino más bien dormitar en el mortecino calor de la autocompasión, o yacer en el áspero colchón de la evasión.
¿Qué hacemos con nuestra debilidad? Quizá nuestra mayor debilidad sea no saber qué hacer con ella o, más aún, desesperar. Mal de muchos consuelo de tontos, dice el saber popular. Pero ¿por qué no aprovechar este consuelo? Es precisamente ese “todos somos débiles” la ventana que puede darnos algo de luz. Sí, mi ser débil puede ser la puerta de encuentro con el otro a través de muchas mediaciones: es mi pecado el que me lleva de la mano a perdonar, mi debilidad la que me ayuda comprender a otros, y mi pobreza la que me enseña a compartir. Pero no lo hacen automáticamente. Necesitamos antes un duro camino de aceptación de límites y una larga peregrinación junto con un Dios de la vida que seca nuestros sudores, cura nuestras ampollas, sostiene nuestro cayado y besa nuestras heridas.
Compartir la debilidad es también algo grande, algo que nos hace fuertes. El haber tenido la experiencia de una caída en lo hondo de mi miseria y tomar la decisión de comunicárselo a algún amigo fue motivo de un encuentro maravilloso, encuentro de debilidades en el que se manifiestó esa fuerza del Señor capaz de mover montañas…

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