Cristo de las Siete Palabras
Viernes Santo, Logroño.
Una
de los aspectos que estamos descubriendo en esta pandemia es nuestra debilidad;
estos días, en la rara Semana Santa en casa que hemos vivido, nos hemos hartado
de escuchar cosas como “nos creemos los amos del mundo y un virus microscópico
y casi invisible nos hace darnos cuenta de nuestra pequeñez”, “nos hemos creído
dioses y somos barro”, llegando hasta oír decir a alguno de nuestros
“supuestos” pastores, eso de que “Dios castiga al mundo por el pecado del
hombre”.
Ante
todo esto quizá lo más importante sea aprovechar esa debilidad que se nos hace
presente para aceptarla, interiorizarla y hacer de ella un potencial en cada
uno de nosotros. Todo ello será más fácil si nos dejamos acompañar; y más si
tratamos de descubrir a Dios; si le dejamos entrar en nuestra vida y, sobre
todo, formar parte de ella. Así lo escribe Borja Iturbe en pastoralsj.org. Y
qué imagen puede mostrar la debilidad no ya del hombre sino del mismo Dios, que
Jesús colgado del madero pronunciando las siete palabras? Dejo una foto del
paso titular de la cofradía homónima logroñesa, viendo al mismo Dios padecer la
debilidad, soledad y tormento igual que cualquier hombre, igual que cualquiera
de nosotros.
EN
MI DEBILIDAD.
Soy débil. Somos débiles. Somos limitados,
pecadores, limitadas, pecadoras. En todo tiempo tropezamos, chocamos con
nuestros temores, depresiones, tristezas, achaques. Tropezamos y caemos. Caemos
y deseamos no levantar sino más bien dormitar en el mortecino calor de la autocompasión,
o yacer en el áspero colchón de la evasión.
¿Qué hacemos con nuestra debilidad? Quizá
nuestra mayor debilidad sea no saber qué hacer con ella o, más aún, desesperar.
Mal de muchos consuelo de tontos, dice el saber popular. Pero ¿por qué no aprovechar
este consuelo? Es precisamente ese “todos somos débiles” la ventana que puede
darnos algo de luz. Sí, mi ser débil puede ser la puerta de encuentro con
el otro a través de muchas mediaciones: es mi pecado el que me lleva de la mano
a perdonar, mi debilidad la que me ayuda comprender a otros, y mi pobreza la
que me enseña a compartir. Pero no lo hacen automáticamente. Necesitamos antes
un duro camino de aceptación de límites y una larga peregrinación junto con un
Dios de la vida que seca nuestros sudores, cura nuestras ampollas, sostiene
nuestro cayado y besa nuestras heridas.
Compartir la debilidad es también algo grande,
algo que nos hace fuertes. El haber tenido la experiencia de una caída en lo
hondo de mi miseria y tomar la decisión de comunicárselo a algún amigo fue
motivo de un encuentro maravilloso, encuentro de debilidades en el que se
manifiestó esa fuerza del Señor capaz de mover montañas…
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