Tomás palpa las heridas de la crucifixión de Cristo
Jerzy Duda Gracz, Santuario de Jasna Gora
Hoy dejo un gran escrito sobre la
reconstrucción, palabra que ya empieza a escucharse en nuestra sociedad. Tras
la gran crisis viene la reconstrucción. Pero igual se trata de otro tipo de
reconstrucción. La cultura japonesa, la cultura hebrea y el cristianismo lo
abordan de manera diferente pero, a la vez, parecida.
Dejo la imagen dela décimo sexta estación del
Vía Crucis de Jerzy Duda Gracz para el
Santuario de Jasna Gora, Czestochowa. La reconstrucción de Tomas, pasa por ver
y tocar las heridas sufridas y padecidas por Jesús en la cruz. Los clavos y la
herida del costado. Hay gente que, para reconstruirse en Cristo necesita,
exige, ver con sus ojos. Pero la reconstrucción que nos trae Jesús resucitado
es otra; no se trata de ver, de tocar. Se trata de experimentar su presencia en
la vida de cada uno. Se trata de vivir un Emaús particular que nos lleve a
nuestro individual Pentecostés, donde recibamos el espíritu mediante la persona
de Jesús.
EL ARTE DE RECOMPONER LO ROTO
Los japoneses utilizan
un término difícil de pronunciar –Kintsukoroi– para referirse al
arte de recomponer lo roto. Cuenta Carlos López-Otín al respecto: «Cuando se
rompe una pieza de cerámica, los maestros de este arte ancestral la reparan con
oro, dejando la cicatriz de la reconstrucción completamente a la vista y sin
ningún disimulo, pues para ellos una pieza reconstruida es un símbolo perfecto
que aúna fortaleza, fragilidad y belleza».
Los primeros cristianos, como los maestros del Kintsukoroi, decidieron también conservar y transmitir la historia de Jesús sin ocultar las muchas rupturas, heridas y traiciones que le acompañaron durante su vida. Podrían haber edulcorado, suavizado o directamente omitido los aspectos más polémicos de sus enseñanzas o los elementos más humillantes de su dramático final.
Sin duda, hubiesen ahorrado controversias y facilitado la aceptación del mensaje cristiano. Sin embargo, no lo hicieron. Al contrario, dejaron las cicatrices de sus heridas completamente a la vista y sin ningún disimulo. Pero lo hicieron no solo por ser fieles a la historia, sino, sobre todo, para mostrar la fortaleza, la fragilidad y la belleza de la reconstrucción obrada por Dios en la resurrección. Convenía mostrar el oro precioso que rellena los huecos entre las piezas rotas, la huella de Dios en las cicatrices de la historia.
Los primeros cristianos, como los maestros del Kintsukoroi, decidieron también conservar y transmitir la historia de Jesús sin ocultar las muchas rupturas, heridas y traiciones que le acompañaron durante su vida. Podrían haber edulcorado, suavizado o directamente omitido los aspectos más polémicos de sus enseñanzas o los elementos más humillantes de su dramático final.
Sin duda, hubiesen ahorrado controversias y facilitado la aceptación del mensaje cristiano. Sin embargo, no lo hicieron. Al contrario, dejaron las cicatrices de sus heridas completamente a la vista y sin ningún disimulo. Pero lo hicieron no solo por ser fieles a la historia, sino, sobre todo, para mostrar la fortaleza, la fragilidad y la belleza de la reconstrucción obrada por Dios en la resurrección. Convenía mostrar el oro precioso que rellena los huecos entre las piezas rotas, la huella de Dios en las cicatrices de la historia.
La importancia de
recomponer lo roto resuena también con el concepto del Tikun Olam (en
hebreo, «reparar el mundo»), que expresa la responsabilidad compartida de la
humanidad para curar, reparar y transformar el mundo. El concepto conecta con
las insistentes exhortaciones de los Profetas de Israel y fundamenta la ética judía
de la cual bebe el propio Jesús, buen conocedor de la tradición de su pueblo.
Una de las frases que
mejor expresa esta llamada al compromiso con la reparación que brota de la
experiencia del Dios creador y anuncia la fe en la resurrección es del profeta
Isaías: «Los tuyos reedificarán las ruinas antiguas. Tú levantarás los
cimientos de generaciones pasadas, y te llamarán reparador de brechas,
restaurador de casas en ruinas» (Is 58, 12).
Pero no podemos olvidar que la restauración siempre es una tarea colectiva. Por ello no es Jesús quien, con sus propias fuerzas, vuelve a la vida tras bajar a los infiernos. Es en gran medida el Padre quien, como experto artesano, tras enviarle y sostenerle a lo largo de su misión, le eleva, le reconstruye y le resucita. La restauración obrada en la resurrección es un trabajo de colaboración, una labor de equipo en la que participa la Trinidad entera. Esa es la razón por la que, para los cristianos, el compromiso con la restauración del mundo es un modo de actualizar la experiencia de la resurrección y de vivir la vocación. El creyente escucha la llamada de los profetas y de Jesús para unirse a la labor del Dios-creador quien, en la resurrección, re-crea de nuevo la humanidad rota.
Pero no podemos olvidar que la restauración siempre es una tarea colectiva. Por ello no es Jesús quien, con sus propias fuerzas, vuelve a la vida tras bajar a los infiernos. Es en gran medida el Padre quien, como experto artesano, tras enviarle y sostenerle a lo largo de su misión, le eleva, le reconstruye y le resucita. La restauración obrada en la resurrección es un trabajo de colaboración, una labor de equipo en la que participa la Trinidad entera. Esa es la razón por la que, para los cristianos, el compromiso con la restauración del mundo es un modo de actualizar la experiencia de la resurrección y de vivir la vocación. El creyente escucha la llamada de los profetas y de Jesús para unirse a la labor del Dios-creador quien, en la resurrección, re-crea de nuevo la humanidad rota.
Los maestros japoneses
del arte del Kintsukoroi, como los cuatro evangelistas, dejan la cicatriz de la
reconstrucción completamente a la vista y sin ningún disimulo. Lo hacen porque
la pieza reconstruida es un símbolo que aúna fortaleza, fragilidad y belleza.
Es el símbolo del poder y la belleza que se expresa en la debilidad.
Pastoral SJ.
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