Elevación de la Cruz. Francisco del Rincón.
Los
hombres somos seres dotados de la capacidad de soñar. Capaces de saltar. El
suelo, nos muestra cuales son nuestras seguridades, con lo cual apenas nos separamos
de él a largo de toda nuestra vida. Y, salvo raras excepciones, estamos fijos
en él, como atornillados. Cambiar, soñar, saltar, moverse, todo son actitudes
que los cristianos debiéramos sentir en nuestro interior; y más en el tiempo de
Pascua, al experimentar la Resurrección del crucificado en nuestra vida, del
mismo modo que los de Emaús experimentaron el Encuentro Personal con Él. José
Ignacio García Jiménez, sj, nos lo muestra en un escrito aparecido en
pastoralsj.org.
Y
que mejor manera que mostrar a donde nos puede conducir el soñar y el abandonar
el suelo que la obra maestra de Francisco del Rincón para la Semana Santa
vallisoletana que la Exaltación de la Cruz, tal y como se conoce ahora. Primer
paso completo realizado en figuras de bulto redondo totalmente hechas en
madera, que permitió abandonar las de papelón que eran las realizadas hasta
entonces, principios del siglo XVII. La complejidad de la escena perfectamente
resuelta, sería luego retomada por el gran maestro gallego Gregorio Fernández.
SALTAR
Y SOÑAR.
La escena no es muy graciosa, pero siempre
sale cuando nos reunimos mi familia y unos vecinos del barrio donde vivíamos
antes. De pequeño yo solía entrar en casa de estos vecinos y me iba directo a
la despensa, lanzado, y allí me encontraban, agarrado al jamón. Era demasiado
pequeño para llegar a aquel trofeo, así que me tenía que colgar, literalmente,
del jamón. Lo peor no es que pasase, era un crío, sino que me lo recuerdan cada
vez que nos encontramos: ¡y estabas colgado del jamón!
Los sueños, los deseos, tienen algo parecido a
esta escena. Hay un momento en el que para alcanzarlos tienes que saltar,
tienes que separarte del suelo para poder llegar a ellos. Ese instante, o ese
tiempo, te produce vértigo, te puede paralizar el miedo o sencillamente el
deseo puede que no tenga tanta fuerza como para saltar y correr el riesgo de
fracasar, de darte un buen golpe. Pero si no saltas, nunca lo alcanzarás.
El suelo son nuestras seguridades, lo
conocido, lo que ya tenemos.
El suelo es nuestra realidad. No tiene sentido vivir como si no existiera, esa
es la actitud del escéptico. Renegar del suelo que nos sostiene es vivir
maldiciendo nuestra realidad no aceptándola. Cuanta amargura, y cuanto
cansancio se acumulan por esta incapacidad para conocer el suelo que pisamos,
por negarnos a aceptar la realidad, le echamos la culpa al empedrado por no
aceptar que somos nosotros (y nuestras limitaciones) los que no conseguimos
caminar con entereza en la vida. El que no acepta el suelo por el que
pisa no puede saltar, nunca será lo suficientemente plano, nunca será
el momento oportuno o nunca estarán las cosas suficientemente claras. El que no
acepta su realidad no puede pretender otra distinta, nunca puede llegar a su
destino el que no ha empezado el camino. Otros, sin embargo, siguen tan pegados
al suelo (realistas se dicen) que es imposible para ellos saltar, o soñar, que
es lo mismo. La realidad para ellos es como el asfalto en los días calurosos de
verano: se te pega en los zapatos. Están tan atrapados en el presente, son tan
equilibrados y prudentes que no hay nada que les conmueva lo suficiente como
para intentar saltar, soñar, quiero decir. Para estos el deseo tiene que ser
algo tan estructurado, claro, definido, preciso, que obviamente, ya no es un
deseo sino una obligación. Y entonces sí, entonces se asume como otra carga más
de la vida. El sobrepeso hace que nuestros pies se peguen un poco más en el
asfalto, pero a esto lo llamamos sensatez.
Cuando uno no se lamenta del suelo que pisa,
al contrario, cuando uno vive agradecido por cada tramo del camino. Cuando
eres consciente de tus limitaciones, pero pisas con la confianza del que sabe
que la vida está llena de nuevas de posibilidades, de metas que todavía no has
superado, de encuentros que todavía no se han producido, de llamadas a las que
no has respondido, entonces es posible descubrir el deseo que tira de ti.
El deseo que te invita a saltar, perdón a soñar, desde lo
conocido a lo nuevo. Un nuevo proyecto, un nuevo compromiso, una nueva amistad;
y están, por supuesto, los momentos del riesgo, y del hormigueo en el estómago.
Pero también está la serena confianza de que podemos y queremos saltar. No al
vacío, sino al encuentro.
Es curioso, han pasado años, pero cada vez que
me encuentro en un momento así siento un regusto salado en los labios.
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