Jesús Nazareno un Miércoles Santo
por las calles de Logroño.
Ante
situaciones como la que estamos viviendo, siempre tendemos a quedarnos con las
visiones negativas; se resalta más lo que hemos perdido, lo que nos ha hecho
cambiar nuestra manera de ver y vivir la vida, que las nuevas oportunidades que
se nos presentan y, con el paso de los días y la actitud y actividades que
llevamos a cabo, vamos descubriendo lo que realmente importa a la gente;
dejamos de lado ciertas actitudes y buscamos lo realmente importante.
Es
claro que esta enfermedad, para los enfermos, está marcada por una palabra:
soledad, aislamiento, y, en los casos más graves, en el fallecimiento en
absoluta soledad de miles de personas. No olvidemos que detrás de cada
fallecimiento hay una persona, una familia, un ser, una historia. Si lo que
vivimos lo tratamos como oportunidad,
veremos que se puede vivir, dentro de la situación personal de cada uno, hasta
con plenitud. Escuchar, escucharse, dialogar, conversar, en fin buscar salidas,
tal y como nos lo indica Ana Rueda Legorburu en pastoralsj.org.
Y
que mejor diálogo que el que nos ofrece Jesús cuando, en su camino al Calvario
cargado con la cruz, sale del marco de la imagen y se dirige a los
espectadores; magistralmente realizado por el maestro Francisco del Rincón para
Medina del Campo, continuado por el gallego Gregorio Fernández en Valladolid y
casi podemos decir lo mismo que Alejandro Narvaiza con su Nazareno logroñés,
del que dejo la imagen.
MUCHO
MÁS QUE UNA ENFERMEDAD.
Enfermedad. Es la palabra del momento. Muchos
dirían que esto es más que una enfermedad, pues en ocasiones lleva a aislarnos
de nuestra familia y, en todo caso, de los amigos. Nos lleva a no poder visitar
a nuestros abuelos o a pedirle a un familiar que acuda solo al hospital para
evitar más contagios. Es una enfermedad que, en el peor de los casos, empuja a
la soledad y en el mejor de ellos, a la compañía de unos pocos.
Mi opinión es que, desde luego, esto sí que es
mucho más que una enfermedad: es una oportunidad de trazar puentes con
los otros, con uno mismo, y con Dios.
A parte del ingente crecimiento de
videollamadas para echarse cañas por Internet y jugar online partidas
multitudinarias, esto nos está llevando a algo que, aunque es tan antiguo como
el mundo, parece que lo hemos redescubierto en pleno siglo XXI: la
conversación. Estamos ya tan aburridos de las redes sociales, las
series y de las recetas de bizcochos que añoramos la conversación con otros
seres humanos y sentir que otras historias (más allá de la nuestra) tienen
cabida en nuestro interior.
Parece que todo lleva a intentar sumergirse un
poco más en uno mismo para ver qué hay dentro. Inicialmente, empieza como una
forma de buscar entretenimiento a través de la creatividad o la imaginación,
pero puede acabar siendo mucho más. Y esa es la gran oportunidad. La historia
está en que uno, dentro de sí, tiene un universo infinito. Las opiniones, los
gustos personales y las habilidades son sólo la punta del iceberg.
Hay mucho más. La ilusión de creer que
se puede vivir para algo más nos impulsa a la búsqueda de opciones. La
solidaridad que parece que ha creado esta pandemia acota esas opciones,
poniendo el foco en el otro. La creatividad y la imaginación son las que nos
hacen saltar de una posibilidad a otra, soñando fuerte. Los recuerdos y
aprendizajes nos hacen estudiar cada una con detenimiento… y finalmente, el
deseo es lo que nos hace elegir. Pasado, presente y futuro dejan su huella en
nuestro interior a través de recuerdos, vivencias y sueños.
Entre medias, acechando, encontramos las dudas
y miedos, que, a veces, paralizan y otras, nos enderezan. Llegar a aprender a
distinguir la parálisis por miedo de la cautela requiere tiempo… más que lo que
dura una cuarentena, el Adviento o la Cuaresma. Casi más que una vida entera
donde uno trata de escucharse.
Escucharse… y escucharle. Redescubrir el
centro, ese núcleo de fuego que da vida a todo lo demás, a todo lo que somos y
a todo nuestro universo. Ese fuego que es Dios y que ahogamos con el ritmo
frenético de la vida. Unas ascuas que, cuando paramos a coger un poco de aire,
aprovechan para encenderse de nuevo, colarse en nuestro universo, abrasar los
miedos y avivar la esperanza.
Creo que este tiempo se nos ha dado la gran
oportunidad de coger esa bocanada de aire… y tratar de volver a vivir
de verdad.
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