Oración del Huerto.
Viernes Santo, Logroño.
Hoy nos acercamos al papel de la oración;
siempre se ha dicho que en épocas de cambio o situaciones excepcionales hay un
mayor “acercamiento” a Dios. Será el miedo, será que desaparecen nuestras
seguridades, será que el hombre ante situaciones que no controla recula y busca
seguridades y consuelo en realidades anteriormente olvidadas. Y en esta
pandemia parece ser que algo de eso se pueda estar dando.
Pero en la oración, lo que nos plantea José
María Rodríguez Olaizola, sj en pastoralsj.org, qué somos? Fariseos o
publicanos, recordando el relato evangélico de la famosa parábola recogida en
el Evangelio de Lucas. Ahí queda la invitación para reflexionar sobre ello.
Y que mejor imagen para enseñarnos la oración,
real, radical, enraizada en una fe auténtica y que antepone el plan de Dios al
de uno mismo que cualquier imagen de Jesús orando en Getsemaní. En este caso
vemos la imagen que procesiona en Logroño, fotografiada por Luis Gárriz Cano.
DE FARISEOS Y PUBLICANOS.-
A veces al rezar te sale el fariseo que llevas
dentro. Y entonces te apropias un poco de Dios, y le dices: «soy de los tuyos»,
pero en realidad lo que le estás diciendo es: «Tú eres de los míos». Y,
veladamente, se te cuela la mirada por encima del hombro a los otros, los que
no creen, o creen de manera distinta; los que celebran distinto que tú; los que
sobre los diferentes problemas se sitúan en otro lugar, tienen otras opiniones
o perspectivas. Arrugas la nariz, por dentro, aunque por fuera tu rostro sea
plácido y sereno. Te sientes más verdadero en tus convicciones, y les detestas
un poco –aunque jamás utilizarías el verbo detestar– porque no son como tú.
A veces, al rezar asoma el publicano. Y
entonces dices a Dios, con una mezcla de pesar y aceptación, dolor y confianza:
«Esto es lo que hay». Y lo dices sin reto ni rendición, sin arrogancia ni ego.
Entonces expresas, desde lo hondo, que no puedes, que no sabes, que no
alcanzas, pero que aun así, caminas, confiando en que con tu barro él sabrá qué
hacer. Y ofreces tu amor, a veces ensombrecido por el egoísmo; y tus manos
vacilantes, y tus dudas. Y, en tu fragilidad tan absoluta, la oración se vuelve
abrazo.
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